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Temblaba yo al apearme del caballo; estaba yo rojo como una guindilla, y las miradas de cuantos en aquel instante me veían se me antojaron hostiles y burlonas, particularmente las de cierto mancebo muy gallardo que conversaba con otros empleados a la puerta del «rayador». Mirábame de pies a cabeza, con cierta insistencia insolente y tenaz, como sorprendido de mi ridículo aspecto de colegial convertido en jinete.

Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.

Al apearme del coche, fui recibido por la Vizcondesa y su hija, que me dispensaron la más amable acogida. Esperaban al general, que continuaba en Bigorre; pero ¡cuál fue mi sorpresa cuando, al entrar en el salón, vi a Enrique de Castelnau reclinado en un canapé y leyendo un periódico!...

Pero en nombre del cielo, ¿qué es lo que hay? Creo que la señora se ha empeorado me respondió, y partí como un loco. Al llegar vi á mi hermana jugando sobre el césped del gran patio, silencioso y desierto. Corrió hacia al apearme del caballo, y me dijo, abrazándome con un aire misterioso y casi alegre: El cura ha venido.

Al apearme en Venecia, entré con los demas viajeros en la sala de equipajes, en la cual todo el mundo tiene obligacion de descubrirse; no por cortesía, sino porque están allí los austríacos, mas insolentes que en parte alguna.

Algo de esto pasa, chulita, y una cosa es hablar desde la altura de una salud perfecta y otra al borde del hoyo... Pero en esto del matrimonio te aseguro que no han variado mis ideas. Sigo creyendo que el casarse es estúpido, y me iré para el otro barrio sin apearme de esto. ¡Qué quieres! Yo he visto mucho mundo... A no me la da nadie.

Y por si esto era poco, descorrió desde adentro la falleba de los portones, y los abrió de par en par a fin de que pasara yo sin apearme.

Señor cura, permítame Vd. apearme y darle un abrazo y protestarle que amo el cristianismo cuando lo encuentro tan puro como en los primeros y hermosos días del Evangelio. El cura se bajó también de su pobre caballejo, y me abrazó, llorando y sorprendido de mi arranque de sincera franqueza.

Después de otros dos o tres intentos, acabé por no apearme ya del coche. El cochero iba y venía, deteníase en ciertas calles y hacía como que se informaba.

Al llegar a París no quise apearme en el mismo hotel donde se aloja Alfonso para no causarle una emoción de sorpresa demasiado fuerte y dolorosa, y porque yo temblaba con motivo de la carta del buen M. de Larnaud, ante el temor de que mi hijo estaría muy cambiado, y que semejante cambio podría afectarme de una manera muy visible a sus ojos, al encontrarme frente a frente sin ningún preparativo anterior.