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Actualizado: 12 de junio de 2025
Ahora se encuentra en París; M. de Larnaud, excelente sujeto, de ingenio distinguido, vive en el mismo hotel y es íntimo amigo de mi cuñado, quien acaba de recibir una carta confidencial de su amigo Larnaud, en la que se le advierte que su sobrino está en peligro, porque, arrastrado por sus amigos, se deja dominar por la pasión del juego; que pasa las noches en casa de M. Livry, casa en la cual puede perder fácilmente toda su fortuna, que si bien es cierto trabaja la mayor parte del día con gran asiduidad, el cansancio del estudio y el poco dormir pueden quebrantar su salud, si no lo alejan de París a todo trance.
Al llegar a París no quise apearme en el mismo hotel donde se aloja Alfonso para no causarle una emoción de sorpresa demasiado fuerte y dolorosa, y porque yo temblaba con motivo de la carta del buen M. de Larnaud, ante el temor de que mi hijo estaría muy cambiado, y que semejante cambio podría afectarme de una manera muy visible a sus ojos, al encontrarme frente a frente sin ningún preparativo anterior.
Me he dejado llevar a la Opera por M. y Mme. de Larnaud, quienes me han asegurado que semejante espectáculo no viene a ser más que una academia musical, y, por consiguiente, la Iglesia no lo prohíbe.
Determiné, por lo tanto, visitar antes secretamente a M. y Mme. de Larnaud, para que me lo contasen y prevenirlo todo convenientemente. Descendí, pues, ante una fonda de la calle Richelieu, muy cercana a la que él habita; era aún de día. ¡Dios mío! ¡cuánto sufría al retardar hasta el día siguiente el placer de abrazarle, después de visitar a M. y Mme. Larnaud!
Palabra del Dia
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