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Actualizado: 14 de junio de 2025


Don Mariano, que no había cruzado la palabra con su hija, abrió el paraguas apresuradamente para taparla y la estrechó largo rato contra su corazón, murmurándole en el oído: ¡Hija mía, qué trago tan amargo me haces pasar!... Embózate bien... ¿Tienes frío? ¡Oh, me las pagará ese bruto!... Iré a Madrid a ver al ministro de la Guerra y conseguiré mandarlo a un castillo. ¿Te entra el agua por algún sitio, corazón mío? ¿Quieres mi impermeable?... ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Ah, grandísimo puerco! ¿De qué cuadra te habrá sacado este gobierno de sainete?... Si te pones enferma, le mato irremisiblemente... Pero a ti, mentecata, ¿quién te ha metido en estos líos de conspiraciones sin mi permiso?... ¡Si no te hubiese dejado arrastrar tanto los zapatos por las iglesias, a estas horas no estaría pasando tales amarguras! ¿Qué tienes que ver con los carlistas ni con los republicanos?... Una niña bien educada se está en su casa quietecita, cuidando de las camisas de su padre y haciendo calceta..., ¿estamos?..., y haciendo calceta... ¡Canalla! ¡Miserable! ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Si le veo no respondo de no echarle las manos al cuello!...

Vivimos rodeados de enemigos, y esto no puede continuar. Es mejor que terminemos de una vez. ¡O ellos ó nosotros! Alemania se siente con fuerzas para desafiar al mundo. Debemos poner fin á la amenaza rusa. Y si Francia no se mantiene quietecita, ¡peor para ella!... Y si alguien más... ¡alguien! se atreve á intervenir en contra nuestra, ¡peor para él!

Había serias discrepancias entre los doctores más sonados de Madrid sobre si aquellos dolores lentos, profundos y angustiosos, eran simplemente neurálgicos o reumáticos, o acusaban la presencia de un cáncer inextirpable, por lo cual era de suma urgencia que la enferma saliera a tomar estas aguas, aquellos aires y los gases de más allá; y como lo uno estaba en el Pirineo francés, y lo otro en Suiza, y en Alemania y en los confines del mundo lo restante, y, además, era de rigor una detenida consulta con las celebridades médicas de París, la expedición resultaba larga, doblemente por las precauciones y comodidades que exigía el estado lamentable de la marquesa, cuyo médico de cabecera, un hombrecillo ya viejo y de gran experiencia, que la quería mucho, porque casi la había visto nacer, la aconsejaba que tuviera juicio, pues ya estaba en edad de ello; que se quedara quietecita en su casa, limpiándola antes de ruidos y de bambolla; que se acostara tempranito y se levantara tarde; que se curara de la maña inocente de disimular sus vanidades con exigencias de la necesidad, y que no tentara a Dios metiéndose en aventuras como la que iba a acometer, porque ese era precisamente el camino más breve que podía elegir para irse por la posta al otro mundo. ¡Como si callara!

Ya me voy convenciendo de que es mejor estarse una quietecita en un paraje que no sea tan feo como el corral, viviendo sin sobresalto ni peligro. Allí veo, cerca del río, unos grandes árboles, que me parecen el lugar más hermoso que hemos encontrado en nuestro viaje

Palabra del Dia

dermatológicas

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