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Actualizado: 17 de junio de 2025


Al mismo tiempo la niña mendiga saltaba con la ligereza de una pantera sobre el aterrado Juanito, haciéndole rodar sobre la arena del barranco. El perro Fortuna se abalanzó furioso sobre la mendiga, haciéndole presa en una pierna y rasgándole en jirones el vestido. La niña lanzó un grito agudo de rabia y de dolor.

Aquellas habitaciones habían sido empapeladas un día, pero el papel se había caído; algunos jirones que quedaban, colgaban todavía de las paredes, esperando la hora de caer por solos, sin que la mano del hombre los arrancara, porque don Eleazar, que en materia de negocios y especulaciones demostraba una actividad y un espíritu innovador a toda prueba, trataba a su escritorio por el procedimiento contrario.

Es que la espalda de Lescoët estaba en carne viva; la piel caía en jirones hasta el punto de que el contramaestre se ponía la mano ante los ojos para que no le salpicase la sangre a cada golpe. Y veinte dijo con un aire de satisfacción mezclado de pesar, como una joven que da a su amante el último de los besos prometidos. O, si lo preferís, como un banquero que cuenta su última pila de escudos.

Porque aquello no podía ser la obra repentina, el milagro de algunos jirones de tela y unos cuantos cintajos de más.

Los dedos le bailaban, sin embargo, tal era su coraje; con tanta embestida como había sufrido, su escuálido bolsillo debía estar hecho jirones. ¡Ah, camastrón! ¿esas tenemos? ¡pues en guardia! No he de perderte de vista; el amigo Portas, que es un lince, sabe lo que se dice. No hay que fiarse de estos fantasmones. Sigamos el consejo: apartémonos, pero, ¡alerta!

Lleva puesta falda de percal que fue azul, por entre cuyos jirones, jamás cosidos, deja ver un refajo amarillo en sus buenos tiempos, toquilla de estambre rosa convertida en pañuelo de talle, y a la cabeza otro pañuelo de seda verde, bajo el cual desbordan en mechones compactos y casposos los rizos negros, vírgenes del peine.

Contemplaba vagamente los bosques, por encima de los cuales flotaban jirones de bruma y entre cuyos árboles los pájaros lanzaban aquel grito lastimero que anuncia los días lluviosos. En cada uno de los árboles del camino le parecía ver desfilar una a una sus ilusiones de otros tiempos.

Lo que había entre la loma de este cerro y el espacio limitado por las Peñas de Europa, no era posible descubrirlo, porque lo bajo quedaba oculto por el cerro, y lo alto me lo tapaba una neblina que andaba cerniéndose en jirones, de quebrada en quebrada y de boquete en boquete.

Era el escritorio una pieza reducidísima, tan obscura, que había sido necesario abrir una claraboya; las paredes cubiertas de un papel de ramos dorados, que la humedad había deslustrado y dejaba colgar en jirones; sin más muebles que dos mesas de patas largas, con sus bancos correspondientes, un sofá y cuatro sillas sueltas; una mampara de pino pintado cubría la puerta de calle, y al exterior, a ambos lados de esta puerta, se veían dos planchas de metal, que nunca se limpiaban, con este letrero: Esteven y C.ª Comisionistas.

Un vapor trasparente y azulado llenaba todo el espacio y descomponía y borraba los contornos de los objetos dejando en ellos únicamente el color, y á veces sólo la mancha. Allá en los rincones del valle todavía se observaban algunos jirones de niebla, algunos pedazos blancos de muselina que no consiguieron levantarse y que se movían temblorosos entre el amarillo follaje de los árboles.

Palabra del Dia

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