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Actualizado: 18 de junio de 2025
Vió Ferragut en su imaginación las melenas blancas de Michelet y el tupé romántico de Lamartine sobre un doble pedestal de volúmenes que contenían la historia-poema de la Revolución. También me bato por Francia dijo finalmente porque es la patria de Víctor Hugo. Ulises presintió que este republicano de veinte años debía guardar en su mochila un cuaderno, escrito con lápiz, lleno de versos.
Mandáronle ropas, y Juan Bou, a quien pidió un libro de entretenimiento, le envió Los Girondinos, de Lamartine, y un gran ramo de flores. Isidora leyó en el libro y deshojó las flores, dándose el gusto de pisotearlas. Le recordaban cosas muy desagradables la osadía y desparpajo de la canalla profanadora. Empezó el sumario.
En un pequeño poema que ha escrito Alfonso sobre la consagración del rey, no decía una palabra del duque de Orleans, de quien no es partidario, porque tiene sobre este príncipe las prevenciones de su padre y de toda la familia de los Lamartine: encuentra algunos puntos oscuros e inconvenientes en la conducta de un príncipe de la familia real, cuyo padre cometió la fatalidad de condenar a muerte a su pariente y a su rey, al desgraciado Luis XVI, y que después de esto ha sido colmado de honores y perdonado por los Borbones, dando en lugar de un testimonio de agradecimiento, pruebas de deslealtad para halagar a sus partidarios.
Sin preocupaciones del porvenir, ignorando las cosas del mundo y encerrando sus pensamientos en el horizonte limitado por sus miradas, no deseaba otros placeres que una hermosa jornada de caza, una lectura de Lamartine o un paseo por el mar. Era un corazón virgen, un alma severa y blanca como esas bellas hojas de papel que invitan a la pluma a escribir.
Este viaje determinó mi casamiento con el caballero Lamartine. Cierto día nos vimos en el capítulo de Salles, en casa de la condesa Lamartine y desde entonces ya nos amamos siempre. Nos detuvimos veinticuatro horas en Mâcón, porque hubo necesidad de que arreglaran el carruaje, uno de cuyos ejes estaba roto y tuvimos ocasión de visitar a toda la familia Lamartine, que nos obsequió en extremo.
Luego, garrote en mano, pasaban la frontera. ¡Zola!... un mozo de cordel con algún talento. ¡Víctor Hugo!... un señor muy elocuente, pero no era poeta. ¡Lamartine!... un llorón... tampoco poeta. ¡Musset!... éste ya lo era un poquito más.
Gran amigo de M. de Lamartine, mi cuñado, dio por amistad lecciones de matemáticas a mi Alfonso. Era uno de estos monumentos antiguos que no quisiéramos jamás ver derrumbados. Amamos el tiempo cuando somos jóvenes, pero al llegar a viejos, el amor se convierte en veneración.
Pero yo no escuchaba los consejos de don Román, y repasaba las páginas más elocuentes de Chateaubriand, los versos más dulces de Lamartine, y me aprendí de memoria las mejores escenas del «Hernani», en una colección de comedias, traducidas por no sé quién.
Ruego a Dios me dé las luces necesarias, al objeto de cumplir debidamente mis obligaciones con respecto a mis hijos. 9 de noviembre de 1805. Hemos venido a pasar unos días en el castillo de Monceau, propiedad de mi cuñado. M. de Lamartine, el ángel de la familia, y Mme. de Villars, nuestra Providencia, están con nosotros.
Su mejor recreo era ir con su madre a sentarse en el campo y tomar croquis de los sitios pintorescos o bien abismarse en algún ensueño de Lamartine o de Hugo mientras que la indolente criolla dormitaba mecida por la armonía de los versos y acariciada por el ardiente beso del sol que le recordaba su país.
Palabra del Dia
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