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Actualizado: 18 de mayo de 2025


RodolfoRara vez salía yo de casa, y sólo para visitar a don Román. Me pasaba la mañana en mi cuarto, y la tarde en el jardincillo, entregado a mis poetas favoritos. ¿Qué libro lees ahora? solía preguntarme el «pomposísimo», cuando iba a verle. ¿Lamartine? ¿Víctor Hugo? ¿Novelitas de Dumas? Contestaba yo afirmativamente, y el buen anciano hacía un gesto, gruñía, y agregaba mohino: ¡Uf!

Al saber esto, me he puesto en camino inmediatamente para París, en compañía de mi segunda hija, Eugenia, de quien he hecho mi confidente. He tomado de la gaveta de mi marido todo el dinero que dejó en ella cuando salió para Borgoña, donde se encuentra en casa del abate Lamartine. Mi amiga, madame Paradis; mi cuñado, M. de Lamartine, y mis cuñadas, me proporcionarán más.

Pasa el umbral.... No, no es aquí, dijo en sus adentros la verdulera. En este patio hay coches, veo lacayos, escudos de armas ... no, no es esta la casa de mi pobre señor Alfonso de Lamartine. Pregunta á los vecinos, y todos la aseguran que aquella es la casa del poeta.

Según se dice, esta joven sintió antes de la Revolución ciertas inclinaciones que fueron correspondidas por M. de Marigny, vecino y pariente próximo, buen sujeto, poeta, músico distinguido, que hubo de emigrar el año 1791. Sus bienes fueron vendidos en pública subasta, y murió el año 1799 en un hospital de Mâcón. Después de su muerte, la señorita de Lamartine no quiere ni oír hablar de matrimonio.

El niño asoma en este momento, da un grito de alegría, y corre hácia su madre, que le abre los brazos. Esta aventura, que no tiene nada de particular para otros, tiene para una grandísima importancia, porque tiene una grandísima moralidad. La accion de la mujer de Batiñoles vale infinitamente más que el castillo, y que mil castillos del poeta de Lamartine.

Son imitaciones de Lamartine en estilo pseudoclásico; no me gustan, aunque demuestran gran habilidad en Anita. Además, las mujeres deben ocuparse en más dulces tareas; las musas no escriben, inspiran. La marquesa de Vegallana, que leía libros escandalosos con singular deleite, condenó los versos por mojigatos. «Que no se le mezclase a ella lo humano con lo divino.

M. de Lamartine me ha enseñado una casita que acaba de edificar en el pueblo, la cual quedará como herencia para nuestros hijos. Mi cuñado habla de ellos como un verdadero padre de familia. Con todas estas tierras que deben heredar de sus tíos, tendrán mis hijos un buen porvenir. ¡Quiera Dios que sean ricos en honor y piedad, que es lo que constituye la verdadera riqueza!

En Paris no tienen absolutamente nada de extraño las cosas más extrañas. Pues la buena mujer de Batiñoles supo la suscricion á que me refiero, supuso que el poeta se hallaba en grandes conflictos, y repetia frecuentemente: ¡pobre señor Alfonso de Lamartine! ¡Qué apurado estará! Y hoy guardaba un franco, otro franco mañana, y así fué reuniendo hasta cuatro napoleones.

Dicho escritor me pide un prólogo para la historia que piensa publicar, y me despido del asunto hasta entonces. Me han contado hoy cierta aventura muy notable de una mujer de Batiñoles. Esta mujer, que es una verdulera, supo que se habia abierto una suscricion á favor del célebre poeta de Lamartine, con el fin de que pudiera rescatar un castillo feudal, que tenia empezado.

Era el viejo Corneille, padre de los heroicos, o el dulce Racine, poeta de las ternuras, o Hugo con su «Leyenda de los Siglos» o Lamartine con sus «Armonías», cantores alados que transportaban el alma del niño a las puras regiones del Ideal.

Palabra del Dia

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