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Hacía frío y yo no estaba alegre. El lugar, la estación, la manifiesta pobreza que trascendía de todo lo que me rodeaba y la dificultad misma de ocupar aquel largo día lluvioso en un medio tan poco apropiado para ofrecer comodidades, me envolvían en un ambiente de hielo. Recuerdo que desde las ventanas se veían dos grandes molinos de viento que sobresalían sobre las tapias del jardín, cuyas aspas grises cruzadas de rayas oscuras giraban sin cesar delante de los ojos con una monotonía adormecedora en aquel movimiento. Agustín mismo se ocupó en una porción de cuidados domésticos y de detalles de casa, de donde colegí que su mujer no tenía sirvienta y que ella y su marido atendían a todas las necesidades del hogar.

Gozaba yo entonces de hermosa libertad. Mis mejores amigos eran Celesto y Angustias, la hija de Belarmino. Pasábamos juntos dos o tres horas todos los días, bajo los arcos de la plaza en tiempo lluvioso, y los días serenos, de paseo en el parque o de excursión por las afueras, a coger flores y nidos, cazar grillos y pescar ranas. De Belarmino ya le he hablado.

Unos dicen que fue al subir al coche para marchar a Riofrío en expedición de recreo; otros que la causa del percance fue un resbalón dado con muy mala fortuna en día lluvioso, y Pipaón, que es buen testimonio para todo lo que se refiere a la residencia del héroe de Boteros en la Granja, asegura que cuando este supo la caída de Calomarde y la elevación de D. José Cafranga a la poltrona de Gracia y Justicia, dio tan fuerte brinco y manifestó su alegría en formas tan parecidas a las del arte de los volatineros, que perdiendo el equilibrio y cayendo con pesadez y estrépito se rompió una pierna.

Antes y después, se experimentaron muy graves perturbaciones barométricas; los alambres del telégrafo quedaron rotos ó inservibles, interrumpidas las comunicaciones. Algunos años cálidos habían precedido á esa tempestad, y después de ella hubo una gran variedad de tiempo, ya frío ya lluvioso.

Sus nervios, ya enfermos por el cielo constantemente encapotado y lluvioso, provocáronle verdaderas alucinaciones de perros que entraban al trote por la portera. Había un motivo real para este temor.

En nuestra hermosa Francia con su frío Noroeste, y lluvioso Suroeste, que en el año que corre ha reinado nueve meses, es preciso poder encender fuego en todo tiempo. En medio de una velada húmeda, cuando su hijo de usted se presenta tiritando y no puede entrar en calor antes de acostarse, debe encenderse un buen fuego.

Perdido a las veces por el gesto vago de los pastores que solían señalarle algún sendero de cabras al borde de los abismos, y cruzando, bajo un viento desesperante, las crueles parameras, donde le asaltó, más de una vez, el deseo de acostarse de pechos sobre la arena y dejarse morir, llegó por fin a Cebreros, un día lluvioso, a la hora de la siesta.

Pero pronto cayó en la cuenta de que era un disparate. Sobre que se le mojaría, porque el día estaba lluvioso, no era propio aquel regio atavío del lugar, personas y ocasión de la visita. Tiempo tenía de darse pisto con el abrigo, la capota y otras prendas. Encargó a Fortunata que se vistiese con sencillez, y ella se puso algo más apañadita, de modo que resultase siempre la conveniente distancia.

En las noches de luna vagaba por el claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba la hora de la redención paseándose por el lugar de sus pecados. Allá marcharon los fugitivos un día lluvioso de invierno, azotados por el aguacero y el huracán, siguiendo el mismo camino que ahora seguía Febrer, pero un camino antiguo que sólo tenía de tal el nombre.

Su amigo, que venía con la ilusión de una España de eterno cielo azul, estaba desalentado. Ella misma, al ver en la acera inmediata al hotel los grupos de torerillos de apostura gallarda, pensaba inevitablemente en los animales exóticos llevados desde países solares a los jardines zoológicos de luz gris y cielo lluvioso.