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Actualizado: 9 de noviembre de 2025


Desde el principio de la comida aguardaba con impaciencia el momento de lanzar mi pregunta. No porque tuviese dudas acerca de la respuesta, no; pero eso de oírse decir, bien directamente y en la cara, y por un hombre que no sea cura, que una es linda, ¡vamos! eso es verdaderamente delicioso. ¿Linda, prima mía? ¡Si sois encantadora! Nunca he visto ni más bellos ojos ni boca más bonita.

Aquí una fuente, más adelante un banco cubierto de bambús rumorosos, allí una gruta, y por todas partes flores, agua corriendo con ruido apagado, silencio delicioso, vistas admirables y un ambiente fresco y perfumado. A pesar del cansancio de la subida, pocos han sido los días que he dejado de hacer mi paseo al pintoresco cerro.

Pero prefiero aquel punto perdido en el declive de dos montañas que se recuestan perezosamente una en brazos de la otra, prefiero Tijuca con su silencio delicioso, sus brisas frescas, sus cascadas cantando entre los árboles y aquellos rápidos golpes de vista que de pronto surgen entre la solución de los cerros, en los que pasa rápidamente, como en un diorama gigantesco, la bahía entera con sus ondas de un azul intenso, la cadena caprichosa de la ribera izquierda, las islas verdes y elegantes, la ciudad entera, bellísima desde la altura.

Vea usted estos rizos de mi Arturín que se me murió a los tres años. Delicioso tono. Es oro puro... ¿Y este rubio claro? ¡Ah!, la cabellera de Joaquín. Se la cortamos a los diez años. ¡Qué lástima! Parecía una pintura. Fue un dolor meter la tijera en aquella cabeza incomparable... pero el médico no quiso transigir.

Seguí, pues, mi vuelta y recogíme en el cuadro de flores que yo mismo cultivo a gozar del triste y dulce abandono que inspira una tarde serena, un agua viva sonante y el verdor delicioso del abedul y del avellano.

Hablaba con los conocidos, sonriendo a todo el mundo con su especial modestia, que le hacía más extraño que simpático en una sociedad donde los modales fríos y levemente desdeñosos son signo de elevación y grandeza. Vivía el joven entomólogo, desde hacía tiempo, en un delicioso aturdimiento, una especie de sueño de oro, como algunas veces suelen tenerlos las personas de condición más humilde.

No quisiera agraviarle al acusarle; pero no es posible desconocer que se obedecen lamentablemente los padres que, no sabiendo adivinar los sentimientos de sus hijos ni contando con su edad, se empeñan en someterlos a los gustos y caprichos de la de ellos. Ya ves; nosotros tenemos en perspectiva un viaje que habría podido ser delicioso y que por una falta... » ¡Calla! exclamó Magdalena. ¡Calla!

Yo me atreví a apuntar que había excepciones, pero no fue posible hacérselo reconocer. ¡Qué rato tan delicioso y tan infernal a la vez, me estaba haciendo pasar aquella niña! Para llevar la conversación a otro punto, le pregunté: ¿Cuántos años tiene V.? Hasta ahora no me lo ha dicho.

Nada más delicioso y al mismo tiempo aflictivo y temible que aquella singular colaboración en que Magdalena gastaba fuerzas en pro de mi curación sin lograr devolverme la salud.

CLEOPATRA. Juno, pequeña, no podemos ocuparnos de tu soldado; tenemos ahora otros en que pensar... ¿Qué haremos, pues, queridas amigas? Voy a proponeros una cosa... Quiero que se acerquen. No puedo vivir lejos de ellos. Quisiera ver al picaruelo que me ha traído en sus brazos. Exhalaba un olor delicioso a soldado. ¿Dónde está? CLEOPATRA. Mírale, con la boca abierta. VERÓNICA ¡Me voy con él!

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