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Cuando logré poner punto final a la fiesta, llevé a mis sobrinas a una salita retirada y les dije: «No busquéis novio, hijas mías, entre estos tilingos que tienen la cabeza más vacía que un farol. Estos mocitos de la «haut» bonaerense no valen nada, ni valdrán nunca nada.

Se trata de un noviazgo últimamente concertado entre una de las más distinguidas señoritas de esta localidad y un conocido caballero bonaerense. He ahí sus respectivas siluetas: Ella. Tiene la belleza de una hurí del séptimo cielo de Mahoma y la gracia de una andaluza.

¡Qué maldad! exclamó Lolita Sartori. Y Filomena Lorenzana preguntó: ¿Qué tal persona es ese capitán Pérez? Dándose aires de hombre de mundo, Jacinto repuso: ¡Excelente sujeto!... No lo he tratado mucho; pero lo encontré a menudo durante mis permanencias en la capital federal. ¡Frecuenta la mejor sociedad bonaerense!

El hombre de más influencia en la alta sociedad bonaerense era el señor Penseroso: un abate griego, de Atenas, un hombre distinguidísimo, suave como una alondra, agudo y penetrante como una aguja: con su rostro de mártir, y un ojo apagado que no revelaba por cierto toda la agilidad y la hondura de que aquel sacerdote estaba dotado.

En el partido de mi tía, es necesario decirlo para ser justo, y sobre todo para ser exacto, figuraba la mayor parte de la burguesía porteña; las familias decentes y pudientes; los apellidos tradicionales, esa especie de nobleza bonaerense pasablemente beótica, sana, iletrada, muda, orgullosa, aburrida, localista, honorable, rica y gorda: ese partido tenía una razón social y política de existencia; nacido a la vida al caer Rozas, dominado y sujeto a su solio durante veinte años, había, sin quererlo, absorbido los vicios de la época, y con las grandes y entusiastas ideas de libertad, había roto las cadenas sin romper sus tradiciones hereditarias.

Había progresado mucho, es cierto; sus largos viajes por Europa, su malicia y su instinto, le habían complementado sus deficiencias, y en materia de chic era as en la aristocracia bonaerense, que no es tan fina conocedora de arte, como se pretende, a pesar de su innata insuficiencia.

¡Claro! interrumpió sarcásticamente Publio. ¡Si frecuenta la mejor sociedad bonaerense, tiene que haberse encontrado a menudo con Luque en los salones elegantes!

Otra vez Lolita, esa pizpireta incorregible, tan movediza como la «Piedra movediza» de su pueblo, dijo burlonamente: ¡Así me gustan los hombres, altivos y valientes! Verá usted terminó Jacinto. No hubo tal duelo... El capitán Pérez, que es un cumplido caballero a quien conoce toda la sociedad bonaerense, me dio sus explicaciones.