Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 28 de mayo de 2025


Y con su recuerdo histórico muy empuñado fue a ofrecer el brazo a la embajadora de Alemania, para pasar al saloncito azul, donde se acostumbraba a servir el café en aquellos días de gala... Allí acabaron los triunfos: el salón estaba vacío, y por sus puertas abiertas veíase a la izquierda el otro salón amarillo, y a la derecha, el gran salón de baile, que sólo se abría e iluminaba los viernes, ambos desiertos.

Celebro en el alma, mi querido Javier, que San Petersburgo te guste y que guste también a Marta, así como que hayáis encontrado en la embajada agradables colegas. Se pondera mucho el encanto y la bondad de la embajadora y esto facilitará vuestra aclimatación.

María Valdivieso, que andaba de monos con su prima, procuraba bostezar con fingido disimulo siempre que la miraba esta; la embajadora de Alemania cantó con notable falta de gracia una balada, que calificó la duquesa de ladrido, y a las doce y cuarto, cuando Pedro López, después de tomar el y encerrar en sus bolsillos provisión de sandwiches suficiente para toda la semana, comenzó a hacer el recuento para la crónica de salones que publicaba La Flor de Lis todos los sábados, sus ojos atónitos pudieron tan sólo contar bajo los artesonados techos el número exiguo de catorce señoras: siete pertenecían a la familia de los pecados capitales y las otras siete podían repartirse entre la de los enemigos del alma: mundo, demonio y carne.

La antigua embajadora recordaba al magnate indostánico, su cara cobriza sombreada por un bigote negro, su turbante blanco, enorme, con un brillante grueso y deslumbrador sobre la frente y el resto del cuerpo envuelto en albas vestiduras, sutiles y múltiples velos, semejantes a los pétalos de una flor.

La señora Latour-Mesnil contestó con la dignidad conveniente, que la proposición la lisonjeaba, y que sólo pedía algunos días para reflexionar y tomar informes. Pero así que la embajadora hubo salido, salió corriendo en busca de su hija, la estrechó contra su corazón y se echó a llorar. ¿Un marido, entonces? dijo Juana, fijando en su madre su mirada de fuego. La madre hizo un gesto afirmativo.

La misión de la embajadora se reducía á correr en posta las dos leguas que separan á los dos pueblos, y una vez salvada la distancia, averiguar, escudriñar, verlo todo y tomar nota de cuanto se hiciese y se pensase. Hubo quien la dijo, en un rasgo de verdadero valor ¡mira, si es preciso, habla al mismo general!

Pasaba una señora por entre las devotas, atrayendo la atención de éstas: una mujer alta, esbelta, de belleza ruidosa, vestida de colores claros y con un gran sombrero de plumas, bajo el cual brillaba con estallido de escándalo el oro luminoso de su cabellera. Gallardo la conoció. Era doña Sol, la sobrina del marqués de Moraima, «la Embajadora», como la llamaban en Sevilla.

En una palabra, un gran artista que discurría como Miguel Ángel y ejecutaba como Velázquez. Lo que no tenía, por ser español, era dinero; mas a consecuencia de haber enviado obras a exposiciones extranjeras y haber retratado a una embajadora hermosísima, era su nombre conocido en toda Europa.

Yo me alegro de que hayas venido. Lo que hago es extrañarlo, por lo mismo que de mañana no vienes nunca. ¿Qué nueva, pues, no menos importante que el anuncio de tu boda, puede hoy moverte a visitarme tan temprano? Vengo aquí de embajadora: te traigo un recado que arde en un candil. ¿De quién es el recado? Del Sr. D. Jaime Pimentel dijo doña Manolita.

Cuando «la Embajadora» llegó a vivir en Sevilla, toda la juventud había formado una corte en torno de ella. Figúrate, Juanillo.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando