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Su terreno montuoso, y lleno de inmensos bosques espesos, les proporcionaban unas ventajas, que si ellos las hubiesen conocido, puede presumirse se habrian detenido poco en admitir el partido de sedicion que tanto lisonjeaba sus corazones, con la esperanza de una absoluta libertad, de que son en extremo amantes.

Yo me había engañado hasta aquí, creyendo firme la vocación de Luisito, y me lisonjeaba de dar en él a la Iglesia de Dios un sacerdote sabio, virtuoso y ejemplar; pero las cartas referidas han venido a destruir mis ilusiones. Luisito se muestra en ellas más poeta que verdadero varón piadoso, y la viuda, que ha de ser de la piel de Barrabás, le rendirá con poco que haga.

Celebraba cualquier insulsez de los amigos como el chiste más acerado, hasta verse obligado a sujetar el vientre sacudido por los flujos de risa. Y los reía de buena fe, sin asomo de hipocresía ni adulación, lo cual, como es lógico, lisonjeaba el amor propio de los que estaban a su lado.

Allí, sin consultar para nada la voluntad de las flexibles mimosas ni de las redondas acacias, ni de las imponentes catalpas, ni la de ningún otro árbol o arbusto, flor o legumbre, por respetable que fuese, comenzó a vestirlos todos de verde, matizando los trajes cuidadosamente, a éste dándole uno obscuro y profundo, a aquél claro y deslumbrante, al otro pálido y amarillento, haciendo con ellos una especie de mascarada risueña y original que lisonjeaba la vista de los que aun persisten en tener afición a las obras de la naturaleza.

Alargó su aristocrática mano con ademán digno de su tocayo Pedro el Grande de Rusia, y Josefina posó sobre ella sus labios temblorosos y se fue. No estaba muy conforme aquel varón excelso con que su esposa criase con tal mimo a una expósita, pero lo consentía porque lisonjeaba su vanidad. Amalia le había dicho, sabiendo dónde le dolía: Criarla para doméstica lo haría cualquiera en Lancia.

La trinchera de D. Juan Cáceres lisonjeaba las esperanzas de los enemigos, y por lo mismo repetian contra ella con mas vivacidad sus esfuerzos y ataques: porque habiendo ya conseguido forzarlas en los dias anteriores, se persuadian que por aquel paraje podrian abrirse el paso que deseaban á lo interior de la villa; de modo que le fué preciso á Orellana socorrer con algunos soldados que separó de otros, donde el peligro y la necesidad no eran tantos, aumentándole tambien su fuerza con alguna tropa, de la que se mantenia de reserva, para acudir donde llamase mas la atencion por semejantes ocurrencias.

Serian las 12 de aquel dia, cuando se pusieron en marcha nuestras tropas, y llegando al campo se presentó al Comandante un espectáculo agradable, que le anunciaba la victoria, y fué reconocer que un crecido número de mugeres, mezcladas y confundidas entre la tropa, deseaba con ansia entrar en funcion: este raro fenómeno, cuanto lisonjeaba el gusto, arrancó lágrimas de aquel gefe, que egercitó toda su habilidad para disuadirlas se apartasen de tan peligroso empeño, con el cual unicamente habian conseguido ya una gloria inmortal: y aunque se les mitigó el ardor, nunca se pudo lograr se retirasen, y permanecieron en el campo de batalla, ó bien para que su presencia inspirase aliento á los soldados, ó para que sirviesen de socorro en cualquiera infortunio.

Era alta y esbelta; vestía de blanco, y me pareció de singular hermosura. La enferma secó sus lágrimas. Siempre fué adusta y severa; jamás lisonjeaba, nunca tenía una frase dulce y afable. La enfermedad había quebrantado aquel carácter entero, férreo, como de una pieza. Ahora tenía ternuras y delicadezas que conmovían profundamente. ¡Vamos, ya te veo a mi gusto! ¡Jesús! ¡Qué guapo que estás!

A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.

Y si se pierde el barco que los lleva, mejor... No lo puedo remediar, me dan ganas de salir a la terraza y dar un ¡viva la Reina! muy fuerte, muy fuerte». Poco faltó para que lo hiciera como lo decía. Un rato después, Milagros lisonjeaba con charla pintoresca la pasión dinástica de Bringas, y pedía para los generales, no una muerte, sino cien muertes, y para todos los que conspirasen el cadalso.