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S. M., con tanta elegancia y propiedad que calificó en ella su erudición y gran conocimiento del arte, porque son tan excelentes, que sólo en él pudieran lograr las merecidas alabanzas».

Ángel desapareció del salón del baile aquella noche, pero no de la playa. Al otro día se dejó ver instalado en el mismo hotel en que vivía la marquesa. Habló con Luz en el comedor y en el jardín, y dondequiera que le fue posible y le pareció lícito, y Luz se le presentó a su madre a título de amigo suyo, como «el mejor de sus amigos». Así le calificó.

María Valdivieso, que andaba de monos con su prima, procuraba bostezar con fingido disimulo siempre que la miraba esta; la embajadora de Alemania cantó con notable falta de gracia una balada, que calificó la duquesa de ladrido, y a las doce y cuarto, cuando Pedro López, después de tomar el y encerrar en sus bolsillos provisión de sandwiches suficiente para toda la semana, comenzó a hacer el recuento para la crónica de salones que publicaba La Flor de Lis todos los sábados, sus ojos atónitos pudieron tan sólo contar bajo los artesonados techos el número exiguo de catorce señoras: siete pertenecían a la familia de los pecados capitales y las otras siete podían repartirse entre la de los enemigos del alma: mundo, demonio y carne.

Usted es desesperante, señorita, y es acaso por causa de eso por lo que... ¡Cuidado! creo que a sus labios asoma una majadería. ¿Una majadería? Califico así, de una manera un poco general, todo lo que me parece inoportuno, falso... Le juro... ¡Ah, un juramento! ¡Ese es juego conocido, señor Martholl!

Con una frase que conservo en la memoria, calificó Pez aquel carácter vanidoso, aquel temperamento inaccesible a toda pasión que no fuera la de vestir bien. Dijo este gran observador que era como los toros, que acuden más al trapo que al hombre.

A caer en sus brazos me ha impulsado no qué extraña misericordia, no qué endiablada generosidad, que califico de perversa, y no qué vanidosa estimación de mi propia hermosura. He sido como engreído artista que anhela mostrar la linda joya que ha cincelado al que juzga delicado conocedor y buen perito.

Enterándose de los antecedentes del caso, calificó el mal de congestión retiniana. «De la retina apoyó Cándida . Eso pasa. Pronto recobrará la vista; pero ese trabajo de los pelos, amiguito, delo usted por terminado». Si yo lo decía, si yo lo anunciaba exclamó briosamente la Bringas, reanimada con las esperanzas que daba el médico . ¿Y ahora...?

No, no pases replicó Santa Cruz . En ese terreno concedo, concedo... Después hubo debate sobre quesos, diciendo D. Baldomero que los del Reino son también muy buenos. Luego tratose de las casas, que Moreno calificó de inhabitables. «Por eso todo el mundo vive en la calle».

La taimada de doña Rita, que está muy sofocada. Afirma que no es urca y que no pesa tantas arrobas, y que de todos modos no puedo llevarla conmigo, porque considerando que yo no la necesito para nada, por lo prudente que soy, y que la califico de carabina de Ambrosio, se fue con mamá, para acompañarla, desde esta calle de Don Pedro, donde vivimos, hasta el último extremo de la fuente de la Castellana, donde el general vive.

Con su crítica perspicaz calificó como composiciones de poco mérito las de Solís y La Hoz, incluídas en la colección de La Huerta; no pudo apreciar el talento de Moreto y de Rojas, comprendidas en aquella colección, y que no eran otra cosa, en resumen, que algunas comedias de intriga, escasas en número, de estos poetas; pero siendo esto así, ¿cómo no había de concentrar en Calderón todo su entusiasmo?