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Actualizado: 17 de junio de 2025


Por lo pronto, en consecuencia de tales observaciones, calificó á su sobrina, de quien hasta entonces apenas había hecho caso, de bonita y de discreta. Se puede decir que la miró concienzudamente por primera vez, y vió que era rubia, blanca, con ojos azules, airosa de cuerpo y muy distinguida.

Rásguela y rasgue la mía, a fin de que no quede prueba escrita de lo ocurrido, y conserve usted en su memoria grato recuerdo de nosotras. Crea en nuestra profunda gratitud y mande a su afectísima amiga y constante servidora, q.b.s.m., Juana Gutiérrez. Don Paco se sintió lastimado y encantado a la vez con la lectura de la carta, que calificó de muy discreta y que miró como dictada por Juanita.

Era el negro Octaviano que intervenía briosamente en defensa de su señor. Animado Arturito con aquel auxilio y enojado por los insultos y por la afrenta que Pedro Lobo le había hecho, prorrumpió en injurias contra él, le llamó satélite del sanguinario tirano Rosas y le calificó de derrotado y forajido.

Su excelencia calificó la pretensión de desacato a su persona, y el pobre hijo de Apolo fué desterrado a la metrópoli para escarmiento de frailes murmuradores y de poetas de aguachirle. El caballero de Croix se embarcó para España el 7 de abril de 1790, y murió en Madrid en 1791 a poco de su llegada a la patria. ¿Hay huevos? A la otra esquina por ellos.

Un día estuvo doña Inés tan sentimental, que deshizo el peinado de Juanita, admiró su abundante, undosa y suave mata de pelo, la besó varias veces, calificó de horrible desacato el que las manos rudas e impuras de un campesino lograsen tocarla y enredar los dedos en ella, y se la figuró ya como cortada al pie del altar el día en que Juanita profesase, rogándole que para entonces se la legase a ella, porque ella la conservaría como reliquia del más subido precio.

Ella misma se calificó de pastora y apellidó a Juanita inocente cordera, dándole a entender, casi con lágrimas y con entrecortados suspiros, el fundado temor que la afligía de verla entre las uñas y los dientes del lobo.

Además, las canas de más de uno cubrían un cerebro dotado de inteligencia conservada en muy buenas condiciones. Pero respecto á la mayoría de mi cuerpo de veteranos, no cometo injusticia alguna si la califico, en lo general, de conjunto de seres fastidiosos que de su larga y variada experiencia de la vida no habían sacado nada que valiera la pena de conservarse.

Tal vez sin los últimos sucesos de mi vida, ora sean imaginarios, ora sean reales, no hubiera sobrevenido en mi ser esta transformación, esta conversión, que califico de dichosa. A ti te la debo y por ello te doy las gracias.

Eran dos capitanes muy jóvenes. Toledo les supuso veinticinco ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido al talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda, placieron al coronel, que los calificó inmediatamente de militares de carrera. Debían proceder de la Escuela de Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía engañarse: eran otra cosa que el humilde Martínez.

Bajó la cabeza, como para ocultar el llanto, y el movimiento acompasado de sus labios hizo creer á Cristián que estaba rezando. Jacobo, no puedo explicarte cómo ha sucedido todo esto, pero te afirmo que es cierto. Se ha cometido un error que no califico, porque me faltan palabras para ello, pero se ha cometido. Tu inocencia, en la que nadie ha querido creer, es cierta.

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