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Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.

Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos, en los cuales días pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca.

R. Menéndez Pidal, Notas para el romancero del conde Fernán González, en Homenaje a Menéndez y Pelayo, I, 460 y nota 2. segunda, asegunda. "Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos." Quijote, I.ª, VII.

«No me acordaba de que tengo que escribir unas cartas dijo Isidora repentinamente . ¿Me las dejas escribir aquí, en tu mesa? , , ángel ponzoñoso» contestó Augusto, en cuya alma retoñaban devaneos estudiantiles. Precipitadamente sacó papel, sobres. Isidora se sentó en el sillón de la mesa de despacho, él la dio pluma y ella se puso a escribir.

Salían a relucir en su tertulia todos los devaneos de la dama, corregidos y aumentados por los parásitos; se contaban anécdotas que harían ruborizar a un guardia civil; se atacaban hasta sus prendas corporales, diciendo que los dientes eran postizos, que tenía una cadera torcida y otras calumnias por el estilo.

Cuando esté la llamaba su ama o la señora maestra, no podía evitar un movimiento de satisfacción, y con él se lamentaba de los devaneos del marido. Era un afecto semejante al de las antiguas damas por el escudero de confianza.

Terminada ésta, partió a su pueblo y, olvidándose de sus promesas de matrimonio, lo contrajo con una paleta rica. Las demás no habían alcanzado este grado excelso de la jerarquía amorosa. Inclinaciones vagas, devaneos de quince días, algún oseo por la calle; nada entre dos platos. Poco a poco se iba apoderando de ellas el frío desengaño. Aunque no hubiesen perdido la esperanza, estaban fatigadas.

Su taciturna tristeza, dado su carácter regocijado, parecía superior á la pena que pudiera sentir por el mal de Doña Blanca, y aun al mismo disgusto que los devaneos mentales y los dolores fantásticos de su amiga debieran causarle.

Acaso impidió que dicho propósito se realizase la repentina muerte de Pedro Aretino, el cual, según aseguran, aunque donna Olimpia, que era muy su amiga, lo negaba como calumniosa patraña, murió de risa, al oír contar los embustes, embelecos y travesuras de una hermana suya, famosa por sus devaneos.

No dejaron de hacer mella en el joven las palabras de su tío. Allá en el fondo ya hacía algún tiempo que pensaba lo mismo y se dirigía idénticas recriminaciones. Los devaneos que traía con Rosa, por más que no fuesen guiados de una intención malévola, de sobra comprendía que no podían acarrear a la chica más que disgustos.