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Salían a relucir en su tertulia todos los devaneos de la dama, corregidos y aumentados por los parásitos; se contaban anécdotas que harían ruborizar a un guardia civil; se atacaban hasta sus prendas corporales, diciendo que los dientes eran postizos, que tenía una cadera torcida y otras calumnias por el estilo.

El poeta, arrellanado en una butaca, con el brasero delante, dirigía la escena en la forma dictatorial que pudiera hacerlo García Gutiérrez o Ayala: una mirada suya bastaba para ruborizar o poner pálida a Clotilde: los demás no protestaban por respeto a ella.

Confundíanse sus alientos. , Amaury, dijo la joven. me haces ruborizar y palidecer a tu antojo. Eres para lo que el sol para las flores. ¡Oh! ¡Qué placer! ¡Qué feliz soy al poder vivificarte así, con la mirada, al poder reanimarte con una palabra! ¡Te amo, Magdalena, te amo! Reinó el silencio un momento, durante el cual parecía haberse concentrado toda el alma de Amaury en su mirada.

Pero inmediatamente palideció, dio una patada en el suelo y soltó unos cuantos pecados gordos, de aquellos que hacían ruborizar a Teresa y fruncir el gesto a doña Manuela, intransigente con tales groserías. Juanito, que leía por encima del hombro de su principal, estaba pálido también y parpadeaba como si creyera en un engaño de sus ojos.

Tendría curiosidad de saber... dijo Juan. Nada, nada; no sabréis nada. No quiero haceros ruborizar, y os veríais obligado a ruborizaros. Luego, volviéndose hacia el cura, agregó: Y sobre vos también, señor cura, hemos pedido datos. Parece que sois un santo... ¡Oh! eso que es bien cierto exclamó Juan. Esta vez fue el cura quien interrumpió la elocuencia de Juan.

Era tan perfectamente cándido e ignorante, que el primer despertar de ciertos impulsos en medio de mis ingenuidades me fue señalado por una inquieta mirada de mi tía y una equívoca y curiosa sonrisa de Oliverio. Pensé que era vigilado y me vino el deseo de averiguar la causa de aquella vigilancia. Fue una falsa sospecha que por primera vez en la vida me hizo ruborizar.

El pueblo la llamaba con otro nombre que, por no ruborizar a nuestras lectoras, dejamos en el fondo del tintero. Así, se decía: El entierro de don Fulano ha estado de lo bueno lo mejor. ¡Con decirte, niña, que hasta la llorona del Viernes Santo estuvo en la puerta de la iglesia!