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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Hoy son lo que arriba se ha dicho, sin ánimo, por supuesto, de ofenderlas. Después de pertenecer al marqués de Dávalos y a otros tres personajes, sin perjuicio de los devaneos furtivos que se autorizaba, vino al poder del duque de Requena, o éste al poder de ella, que es lo más exacto.

Las justas y los torneos, Paramentos, bordaduras y cimeras, ¿Fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras De las eras? ¿Qué se hicieron las damas, Sus tocados, sus vestidos, Sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas De los fuegos encendidos De amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, Las músicas acordadas Que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, Aquellas ropas chapadas Que traían

Pero he aquí que un fresco aire de fuera ha venido a renovar el ambiente de este viejo café de la Luna, donde yo pasaba mis tardes gozando del placer de no hacer nada, placer digno de un Papa, y trazando a las veces raro suceso sobre la cuartilla, mis tristes o apacibles devaneos sentimentales. ¡El lugar era tan solitario y tan evocador!

A decir verdad, estaba yo enamorado como un loco. No era mi amor aquel amor de niño, tímido, vago, ensoñador, que me inspiró Matilde; cariño melancólico, nacido en un juego, alimentado por las predilecciones de una chiquilla graciosa y admirada, y breve y fugitivo en sus anhelos; dulce amor que dulcificó la vida del pobre estudiante; pálido fulgor de la aurora juvenil que inundó de reflejos primaverales los claustros solitarios de un colegio sombrío; amor que no conseguí arrancar de mi alma en muchos años; que aun suele estremecer mi corazón, porque ni atrevidos devaneos, lograron aniquilarle en .

El cuadro era digno del satírico pincel de Hogarth; los mimos de mi tío con su joven esposa, llena de caprichosos antojos, de manías y veleidades, tenían ese sello característico de los devaneos seniles, que rebajan la energía del hombre y deprimen tanto la dignidad de los ancianos.

Mucho se hablaba de los éxitos obtenidos en esas lides por el marqués de Pierrepont, si bien él, conduciéndose con caballeresca discreción, jamás confesó ninguno, por más que en lo que se decía mucho debía haber de verídico y auténtico; en resumen, no era un libertino, y aun puede asegurarse que había en él un fondo de seria dignidad que comenzaba a alarmarse de esos devaneos a que tarde o temprano lleva fatalmente la soltería.

Segura de no ser vencida por la fuerza, enamorada a su modo del señorito, sobre todo por su audacia, acostumbrada a tales devaneos mudos, gimnásticos, callaba, forcejeaba, mordía con deleite, magullaba con voluptuosidad bárbara, y encontraba placer de salvaje en el martirio de mis sentidos, que tocaban su presa, y se sentían dominados por ella.

Yo me preparaba para las altas posiciones, siguiendo el consejo al pie de la letra. Mi tío Ramón no se conformaba, sin embargo, con aquel sistema de educación espontánea, y el pobre hombre, en medio de sus devaneos amorosos, solía dedicarme algunos momentos; él me había enseñado a deletrear en los títulos de los diarios y bajo su dirección había aprendido a hacer mis primeros garabatos.

Mira, si yo no fuera una persona decente, le escribiría un anónimo a su señora contándole los devaneos... Pero no está en mi sangre, no. La señora de Botín es condesa o baronesa; él es conde o barón consorte, ¿te enteras? Ella es, según dicen, buena persona, y hace muchas caridades. Hablan de que va a fundar un hospital.

Y cuando tras una declaración como esta que halagaba su amor propio, dándole cierta tranquilidad para después de la muerte, pasaba por las calles de Alcira con su hábito modesto y su mantilla, no muy limpia, saludada con afecto por los vecinos más importantes, le perdonaba a su Ramón todos los devaneos de que tenía noticia y daba por bien empleados los sacrificios de fortuna.

Palabra del Dia

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