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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Había en ella algo o mucho de aquellas damas mexicanas, chapadas a la antigua, piadosas sin gazmoñería, caritativas sin parecer sensibleras, y en las cuales no podemos pensar sin imaginárnoslas vestidas de negro y veladas con rica y aristocrática mantilla. En doña Gabriela sólo una cosa merecía censura: su bondadosa tolerancia para con el pobre niño corcovado.
Las justas y los torneos, Paramentos, bordaduras y cimeras, ¿Fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras De las eras? ¿Qué se hicieron las damas, Sus tocados, sus vestidos, Sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas De los fuegos encendidos De amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, Las músicas acordadas Que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, Aquellas ropas chapadas Que traían?»
Las paredes blancas, chapadas de azulejos árabes hasta la altura de un hombre, estaban adornadas con prospectos de corridas de toros impresos en sedas de diversos colores. Diplomas con vistosos títulos de asociaciones benéficas recordaban las corridas en que Gallardo había toreado gratuitamente para los pobres.
En efecto, las campanas de la arruinada basílica de Santiago penden ya de sus poderosos trabes, mutiladas y mudas, sirviendo de lámparas al culto del Koran despues de haber proclamado con sus clamorosas lenguas el culto del santo apóstol: las chapadas puertas del mismo profanado templo yacen tendidas sobre las pintadas vigas de alerce ; la gran catedral de Compostela, abierta, saqueada, llena de escombros, solo habla de ruina y desolacion á los devotos peregrinos de lejanas tierras; y la mezquita de la orgullosa corte musulmana se ostenta ensanchada, enriquecida, pintada, embellecida con mármoles y mosáicos, y esmaltes, y doradas cúpulas, y maksuras, y alfombras y un cuento de luces, y embalsamada con el azahar, el ambar-gris y el aloe, y ceñida con su cinto de torres, y festonada con sus dentadas almenas, y guardada con sus ricas puertas de piedra, estucos, mosáicos y bronces, y finalmente, hecha oasis, no de un desierto, sino de un paraiso, con las murmuradoras fuentes y los olorosos naranjos y las esbeltas palmeras de su atrio pensil. ¿Quién no habia de temer, si no el fin del mundo, por lo menos el fin del cristianismo?
Gillespie acometió inmediatamente á puntapiés, la gran puerta del edificio, y finalmente hizo de su cachiporra una catapulta, derribando á los primeros embates las dos hojas chapadas de acero. ¡Ra-Ra, hijo mío gritó á toda voz , la salida está libre; huye y no perdamos tiempo!
Palabra del Dia
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