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Actualizado: 17 de junio de 2025
Pero las agitaciones de la Bolsa, y especialmente las ganancias, amortiguaban en él el pesar del rompimiento. Cuando a fin de mes, cobraba las «diferencias», decíase con extrañeza: «Parece imposible que nos censuren por dedicarnos a una explotación tan cierta. Pero ¡bah! ¡Quién hace caso de esa gente rancia!»
¡La galerna...! ¡La galerna...! vociferaban. ¿Eran alquiladas estas personas? Yo tampoco lo he creído nunca; pero lo cierto es que todos los entusiasmos por la Naturaleza se amortiguaban de un golpe. ¿Lo ven ustedes? Si aquí no se puede salir... No hay más remedio que meterse en el Casino...
Los rugidos de las olas se amortiguaban y la brisa soplaba dulcemente como el hálito perezoso del que se prepara a dormir. Un silencio augusto y conmovedor empezaba a elevarse del seno de las aguas. En las cavernas de la roca, Marta dejó de percibir el grito acongojado que la asustara, y los truenos y ronquidos se habían ido cambiando lentamente en un glu glu suave y lánguido.
Las invisibles palpitaciones del mar en la tarde serena hacían que el triángulo de la proa se elevase y descendiese, como una cabra saltadora y juguetona, al partir las aguas con su filo. Este movimiento parecía circunscrito a aquella parte del buque, pues sus vibraciones se amortiguaban al extenderse por los flancos y apenas eran sensibles en el resto de la gigantesca construcción.
La existencia recobraba su ritmo ordinario. «Hay que vivir», decían las gentes. Y la necesidad de continuar la vida llenaba el pensamiento con sus exigencias inmediatas. Los que tenían individuos armados en el ejército se acordaban de ellos, pero sus ocupaciones amortiguaban la violencia del recuerdo, acabando por aceptar la ausencia, como algo que de extraordinario pasaba á ser normal.
Al romper el nuevo día, no pudieron ya avivar el fuego, que se extinguió poco a poco. A medida que las cenizas se amortiguaban, la Duquesa se acurrucaba junto a Flora, y por fin rompió aquel silencio que parecía eterno: Flora; ¿puedes rezar aún? No, hermana... respondió Flora dulcemente. La Duquesa, sin saber por qué, sintiose más libre, y apoyando su cabeza sobre el hombro de Flora no dijo más.
Palabra del Dia
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