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Actualizado: 28 de julio de 2025


Los cuellos almidonados de los hombres perdían la acorazada tersura de su planchado; se ondulaban como muros de porcelana próximos a resquebrajarse. De las orejas velludas colgaban perlas de sudor.

Pero Tono no se fijaba en ello, revolviéndose como un loco entre los brazos de sus compañeros y pidiendo a gritos que le soltasen. En eso pensaban. Todos habían visto que aquel maldito, en vez de abalanzarse sobre el Menut, intentaba llegar hasta el rincón donde colgaban sus ropas, buscando, sin duda, la famosa faca, tan conocida en las tabernas de las afueras.

Desnoyers lo tocó en una cadera, quiso despertarlo, é inmediatamente rodó por el lado opuesto. Estaba muerto; las entrañas colgaban fuera de su abdomen. Así había avanzado sobre su corcel, trotando confundido con los demás. Empezaron á caer en las inmediaciones enormes peonzas de hierro y humo. La artillería alemana hacía fuego contra sus posiciones perdidas. Continuó el avance.

Notaba en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones.

Homero... ¿un cigarrito?... Homero era Maltrana. Cada mes le colgaban un nuevo apodo los muchachos de la redacción, abominando de su cultura, que «les cargaba», y afirmando que, con toda su sabiduría, era incapaz de escribir la crónica de un suceso o pergeñar un crimen interesante.

Quedó así clavado, siempre en su sillón, agitándolo extraños e indefinibles presentimientos... De las tres bujías que alumbraban la estancia, apagose una, ya consumida... Al disminuir la luz, Pablo dirigió una mirada a los retratos que colgaban en los muros, y vio que todos, hombres y mujeres, lo miraban y sonreían cariñosamente, como saludándolo.

De las balaustradas de las tribunas colgaban ricos tapices y anchas franjas de terciopelo en cuyo centro destacábanse, bordados en oro, plata y sedas de vivos colores, los escudos de armas de cien nobles. No tardaron en tomar éstos asiento, la multitud y los soldados se acomodaron como mejor pudieron y los pajes y palafreneros se encargaron de las armas y monturas de sus señores.

Aquellas habitaciones habían sido empapeladas un día, pero el papel se había caído; algunos jirones que quedaban, colgaban todavía de las paredes, esperando la hora de caer por solos, sin que la mano del hombre los arrancara, porque don Eleazar, que en materia de negocios y especulaciones demostraba una actividad y un espíritu innovador a toda prueba, trataba a su escritorio por el procedimiento contrario.

Al entrar recibió su rostro la luz roja de los quinqués que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del país. Su perfil aguileño y su tez hacían recordar á los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en él luengas, negras y rizosas.

Practicose esto de un modo permanente, respecto a dos hombres que colgaban ya de las ramas de un sicomoro, en la hondonada, y de un modo temporal con el destierro de otras varias personas de pésimos antecedentes.

Palabra del Dia

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