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Isidro, al salir de su casa por las mañanas, hablaba con Salguero el esquilador. Este le salía al paso, saludándolo con grandes cortesías. Vaya usía con Dios, señor excelentísimo. Ya sabe que Salguerillo es su fiel servidor, aunque sea un pobre cañi.

Ella le reconoció á su vez, y este descubrimiento la hizo detenerse junto á una bocacalle, dudando entre seguir adelante ó huir hacia el interior de Nápoles. Luego pasó á la acera del mar, avanzando hacia Ferragut con plácida sonrisa, saludándolo de lejos como á un amigo cuya presencia nada tiene de extraordinaria. Esta seguridad desconcertó al capitán.

Quedó así clavado, siempre en su sillón, agitándolo extraños e indefinibles presentimientos... De las tres bujías que alumbraban la estancia, apagose una, ya consumida... Al disminuir la luz, Pablo dirigió una mirada a los retratos que colgaban en los muros, y vio que todos, hombres y mujeres, lo miraban y sonreían cariñosamente, como saludándolo.

Power, saludándolo con un ligero movimiento de cabeza, sin la más leve emoción. Ojeda la miró también con indiferencia. Su figura arrogante apenas despertaba en él una remota vibración. Era como un libro olvidado que se encuentra de pronto y evoca la memoria de una lectura que produjo deleite, pero cuyo texto apenas puede recordarse.

Salió una mujer al paso de don Isidro, saludándolo con familiaridad. Era grande y obesa, con el amplio rostro sombreado por una pátina rojiza. La gran abundancia de zagalejos y faldas hacía aún más imponente su volumen.

Ahora el muchacho se limitaba á ignorar su existencia, pasando ante él sin reconocerle, saludándolo únicamente cuando su madre se lo ordenaba. El día en que trajo la noticia de la vuelta del vapor sin su capitán, don Pedro hizo la visita más larga que de costumbre. Cinta derramó dos lágrimas sobre los encajes, pero tuvo que cortar su llanto, vencida por el buen sentido de su consejero.