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Esos probesitos que usted ve no comen muchas veses pa que el ganao, que es su fortuna, no caresca de pienso... En verano, si la cosecha es buena, el paleto es generoso y no le importa darnos paja y cebá cuando vamos de paso. Hablaba Salguero con entusiasmo de las ferias veraniegas, grandes mercados de bestias que daban vida para el resto del año a la gitanería vagabunda.

La calle, la plaza, el inmediato callejón de los gitanos, todo estaba en silencio, cubierto de nieve, sin la negra silueta de una persona. Siguió gritando, con la angustia del miedo, y por fin, de la primera casucha vio surgir una cara bronceada llena de arrugas, con ojos de curiosidad. ¡Salguerillo... Salguero! ¡Por tus muertos te lo pido! Avisa a la Teodora... que venga. Mi mujer se muere.

El único que, con discursos incoherentes y grandes gritos, mostraba su afición al alcohol era Salguero, que se apodaba a mismo Salguerillo, un vejete malicioso, que habitaba treinta y tantos años la primera casucha del callejón. En invierno fabricaba cestas de mimbres, ayudado por la vieja que vivía con él; en verano salía a las ferias para ejercer su oficio de esquilador.

Entonces oyó que llamaban a la puerta, y fue a abrir para que entrasen la Teodora y otra vieja. ¿Cuánto tiempo había transcurrido?... Las gitanas llegaban corriendo, alarmadas por el recado de Salguero, pero Isidro creyó que había pasado algo así como un siglo.

Salguero se entusiasmaba recordando estas grandes aglomeraciones de bestias necesitadas de esquileo, los encuentros de las familias gitanas procedentes de los más lejanos extremos de la Península.

Cuando Isidro podía darle un cigarro, Salguero, satisfecho del obsequio, le acompañaba cuesta arriba, hasta el paseo de los Ocho Hilos, sin cesar de hablarle con gitana incoherencia. El cariz del tiempo era su mayor preocupación. No llovía: las cosas marchaban mal. Pero a usted preguntaba Maltrana riendo ¿qué le importa que llueva o no llueva? ¿Dónde están sus campos?

Isidro, al salir de su casa por las mañanas, hablaba con Salguero el esquilador. Este le salía al paso, saludándolo con grandes cortesías. Vaya usía con Dios, señor excelentísimo. Ya sabe que Salguerillo es su fiel servidor, aunque sea un pobre cañi.

Salguero hacía un mohín de extrañeza. La lluvia era el pan para ellos. Producía las buenas cosechas, y con abundancia en los campos, los paletos gastaban mejor su dinero en la compra de caballerías. Nosotros vivimos der verano, don Isidro. Si no juese por las ferias, moriríamos como las ratas. Yo esquilo, y los camarás que tien caballerías las venden. En invierno, el pasto es muy caro.