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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Pero ellas, verdaderas hijas de su padre, deseaban vivir en este ambiente de libertad, y protestaban con llantos desesperados y convulsiones en el suelo, hasta que las volvían a la absoluta independencia de aquel caserón por donde pasaban el dinero y el placer como un huracán de locura. La gitanería más famosa acampaba en la casa señorial.
Con la Teodora no valían engaños: la gitanería tenía fe ciega en sus manipulaciones; por eso no llevaba menos de ocho duros por el catañeo, y el que no los tuviera que no se casase. La llamaban los gitanos de toda España para sus bodas, gente rica que, además de pagarle bien, cargaba con todos los gastos del viaje.
La gitanería femenina le adoraba como un ídolo, pensando en sus conquistas de señoritas; y éstas mirábanle como un ser extraordinario, como un Don Juan irresistible, recordando ciertas historias de cantadoras flamencas que, por sus desdenes, se habían tragado cajas de fósforos, y de hermosas carniceras que abandonaban al marido para seguir a un mozo tan adorable.
En la puerta de la gañanía aglomerábanse los trabajadores, brillando en su negra masa la lucecilla del candil. Todos seguían con silenciosa atención el chirrido del carro, invisible en la oscuridad; los lamentos de la gitanería, que rasgaban la calma del campo azulado y muerto bajo la fría luz de las estrellas.
La presencia de Maltrana y Feli en este barrio, donde no existían otros payos que los mendigos y los quincalleros de las ferias, causó cierta emoción en la gitanería. Vivía la pareja fuera del callejón, en los altos de una casucha aislada, cuyo piso bajo estaba ocupado por una tienda de comestibles. Feli, en los primeros días, había sentido gran repugnancia por su nuevo alojamiento.
Esos probesitos que usted ve no comen muchas veses pa que el ganao, que es su fortuna, no caresca de pienso... En verano, si la cosecha es buena, el paleto es generoso y no le importa darnos paja y cebá cuando vamos de paso. Hablaba Salguero con entusiasmo de las ferias veraniegas, grandes mercados de bestias que daban vida para el resto del año a la gitanería vagabunda.
Ahora lo importante era tener buen ojo para escoger; serenidad para no dejarse engañar por la astuta gitanería que pasaba ante él con sus bestias, descendiendo luego por una rampa al cauce del río. Las once. El mercado debía estar en su mayor animación. Llegaba hasta Batiste el confuso rumor de un hervidero invisible; subían los relinchos y las voces desde el fondo del cauce.
Palabra del Dia
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