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Actualizado: 20 de junio de 2025
¡Pen-Ouët! ¡Pen-Ouët! gritó con un acento de cólera y de reproche ; ¿dónde estás, maldito niño? ¡Por San Pablo! ¿no sabes que se acerca la hora en que las cantadoras de la noche se disponen a errar por la playa? No se oyó más que el mugido de la tempestad que parecía redoblar su furor. ¡Pen-Ouët! ¡Pen-Ouët! gritó una vez más. Pen-Ouët prestó por fin oído.
Entraron dos cantadoras, mientras nosotros fumábamos, y durante largo tiempo, entonaron con una modulación gutural viejas cántigas de los tiempos de la dinastía Ming al són de guitarras forradas de piel de serpiente, que dos tártaros, en cuclillas, rasgueaban con una cadencia melancólica y bárbara. La China tiene encantos raros.
La gitanería femenina le adoraba como un ídolo, pensando en sus conquistas de señoritas; y éstas mirábanle como un ser extraordinario, como un Don Juan irresistible, recordando ciertas historias de cantadoras flamencas que, por sus desdenes, se habían tragado cajas de fósforos, y de hermosas carniceras que abandonaban al marido para seguir a un mozo tan adorable.
A estos dos personajes seguirán forzosamente las dos hijas de la Marquesa: dos pimpollos, dos flores de Andalucía, lindas, modestas, pequeñas, frescas, sonrosadas, alegres, sin pretensiones, a pesar de su nobleza, rezadoras de noche y cantadoras por la mañana; dos avecillas que encantaban la vista con el aleteo de su inocente frivolidad y de cierta ingenua coquetería, de ellas mismas ignorada.
Palabra del Dia
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