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Un gitano y una gitana, famosos cantadores, entonaron las coplas más amorosas y alusivas a las circunstancias. Y el maestro de escuela leyó un epitalamio, en verso heroico. Hubo hojuelas, pestiños, gajorros, rosquillas, mostachones, bizcotelas y mucho vino para la gente menuda.

Entonaron los frailes los suaves cánticos rituales; nubes de incienso se difundieron por las naves del templo; pero aunque Fray Baltasar quiso concentrar su atención en el oficio, volaba su imaginación y sentía grande angustia al pensar que su arte, tan maravilloso que asombraba al mundo, había desaparecido, quizá para siempre.

¡A cantar! contestaron resignadamente todas; y al punto redoblaron las castañuelas, repiquetearon los panderos, rechinaron las conchas, exhaló su estridente nota el triángulo de hierro, y diez voces mal concertadas entonaron un villancico: Los pastores en Belén Todos a juntar en leña Para calentar al Niño Que nació en la Noche-Buena...

Entraron dos cantadoras, mientras nosotros fumábamos, y durante largo tiempo, entonaron con una modulación gutural viejas cántigas de los tiempos de la dinastía Ming al són de guitarras forradas de piel de serpiente, que dos tártaros, en cuclillas, rasgueaban con una cadencia melancólica y bárbara. La China tiene encantos raros.

La generosidad de Cipriano era conocida: el recuerdo sería de valor. Maugirón entonó, con la música de la marcha del Profeta: ¡Marenval! ¡Honor á Marenval! Y todos entonaron en coro el himno solemne hasta que el héroe de aquel homenaje les interrumpió diciendo: ¡Silencio! Vais á hacer venir los comisarios del círculo. Sed razonables y marchaos con orden. Un beso y buenas noches.

La gente se arrodillaba, y abriendo paso en ella don Antolín y sus varas de palo, avanzaban los canónigos con sus largas vestiduras rojas, el obispo auxiliar con mitra dorada, y las dignidades con mitras blancas de lino sin adorno alguno. Se arrodillaron todos ante la custodia, calló el órgano, y acompañados por el carraspeo de un trombón, entonaron un cántico adorando el Sacramento.

Haciendo, pues, labrar una grande cruz, se fué con ella en procesión á la plaza, en donde la colocó en el mejor lugar por trofeo de la victoria, y en señal de la posesión que Cristo y su santa ley tomaban aquel día de los Quiriquicas; y los cristianos entonaron las letanías á dos coros de música, lo que á los bárbaros, que nunca hasta entonces habían oído harmonía de buen concierto, les pareció cosa del cielo, y estaban como absortos oyéndola.

Después un coro de voces lúgubres entonaron la primera estrofa del De profundis. Ya estaba allí la parroquia, ¡Abajo el muerto! Y en el salón sonaron los golpes del martillo sobre las tachuelas del féretro, que el eco repetía con extraña sonoridad. En la plazuela, los balcones estaban repletos de gente, como si esperase el paso de una procesión.

Amén respondió la tripulación, que se arrodilló, y todos entonaron una especie de Te Deum de un efecto muy agradable. El aire era pesado, la noche sombría, y a dos pasos no se distinguía un bulto. Al fin del primer versículo se hizo el silencio, un profundo silencio. Massareo, solo, dijo: Dios de bondad, que velas por tus hijos y los defiendes contra Satanás... No pudo decir nada más.

Y por eso tu estátua no erigieron, De pié, sobre marmóreo pedestal, Ni entonaron el himno funerario Los poetas en coro universal... Mas qué importan las pompas de la tierra Que no mira en su necia vanidad, Que mientras honra la corteza fria El alma noble en el empíreo está!