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Actualizado: 12 de junio de 2025
El único que, con discursos incoherentes y grandes gritos, mostraba su afición al alcohol era Salguero, que se apodaba a sí mismo Salguerillo, un vejete malicioso, que habitaba treinta y tantos años la primera casucha del callejón. En invierno fabricaba cestas de mimbres, ayudado por la vieja que vivía con él; en verano salía a las ferias para ejercer su oficio de esquilador.
La calle, la plaza, el inmediato callejón de los gitanos, todo estaba en silencio, cubierto de nieve, sin la negra silueta de una persona. Siguió gritando, con la angustia del miedo, y por fin, de la primera casucha vio surgir una cara bronceada llena de arrugas, con ojos de curiosidad. ¡Salguerillo... Salguero! ¡Por tus muertos te lo pido! Avisa a la Teodora... que venga. Mi mujer se muere.
Isidro, al salir de su casa por las mañanas, hablaba con Salguero el esquilador. Este le salía al paso, saludándolo con grandes cortesías. Vaya usía con Dios, señor excelentísimo. Ya sabe que Salguerillo es su fiel servidor, aunque sea un pobre cañi.
Palabra del Dia
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