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El no iba á molestarse con un viaje cada vez que se le ocurriese averiguar el peso de un cuero suelto... Un piano entró en la estancia, y Elena pasaba las horas tecleando lecciones con una buena fe desesperante. «¡Ira de Dios! ¡Si al menos tocase la jota ó el pericón!» Y el padre, á la hora de la siesta, se iba á dormir sobre su poncho entre los eucaliptos cercanos.

Algunos aparecían con grandes chambergos, poncho en los hombros y espuelas, que hacían resonar belicosamente. Eran comisionistas ansiosos de color local, que declaraban ir vestidos de gauchos de las Pampas o de rotos chilenos. ¡Ah, gaucho lindo! ¡Tigre! exclamaban con burlón entusiasmo los muchachos sudamericanos . ¡Ah, rotito!... ¡Huaso gracioso!...

Allí pasaron la noche a la luz de las estrellas, porque ese es un cortinao que lo halla uno donde quiera, y el gaucho sabe arreglarse como ninguno se arregla: el colchón son las caronas, el lomillo es cabecera, el cojinillo es blandura y con el poncho o la jerga; para salvar del rocío, se cubre hasta la cabeza.

Sólo un momento little Georgy consintió en ir conmigo, seducido por mi poncho mendocino, que me fue necesario apenas llegamos a las alturas.

107 Yo no tenía ni camisa ni cosa que se parezca; mis trapos sólo pa yesca me podían servir al fin... no hay plaga como un fortín para que el hombre padezca. 108 Poncho, jergas, el apero, las prenditas, los botones, todo, amigo, en los cantones jue quedando poco a poco; ya me tenían medio loco la pobreza y los ratones.

Las querellas de amor y de bebida debían ventilarse, tizona en mano, á espaldas de la taberna. Con el enfundado acero bajo el brazo, envueltos en su poncho y levantada el ala del fieltro sobre la frente, parecían dos caricaturas de los hidalgos de capa y espada, sus legítimos abuelos.

Momentos después se presentó Baldomero, de cuyo poncho se escurría el agua por las puntas y dirigiéndose a Melchor le dijo: Son dos gringos... mercachifles... que piden pasar la noche; ¡pero cómo llueve!... Pobres infelices dijo Lorenzo al mismo tiempo que Ricardo incorporándose al grupo preguntaba: ¿Qué es lo que hay? Vea, Baldomero, dígales que esto no es posada.

Las mujeres iban cubiertas con un largo manto negro, igual al de las chilenas; los hombres con un poncho amarillento y ancho sombrero, duro y rígido como si fuese un casco. Todos se conmovían, hasta llorar, viendo entre las nubes de incienso de los sacerdotes y las bayonetas de los soldados al Cristo prodigioso clavado en la cruz, sin más vestido que un hueco faldellín de terciopelo.

A ver si hay un guapo que quiera pisarme el poncho. Esta invitación á «pisarle el poncho» era un reto á estilo gaucho para el combate; pero después de un corto silencio los parroquianos empezaron á hablar de otra cosa. Se asomó Torrebianca, al atardecer, á una de las ventanas de su casa, mirando con extrañeza los grupos reunidos en la calle. Su número había aumentado.

Las beldades cobrizas, descalzas, de gruesa trenza entre los omoplatos y falda blanca ó de color rosa, se asomaban á las puertas de sus ranchos para verlos pasar. Llevaban el calzón claro sujeto al tobillo por ligas de piel, los pies metidos en danzantes babuchas, un poncho avellanado cubriendo el busto, y un pañuelo rojo en el cuello.