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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Más adelante, cuando el nieto pudo hablar sueltamente, se entretuvo conversando con él horas enteras á la sombra de los eucaliptos. Empezaba á marcarse en el viejo cierta decadencia mental. Aún no chocheaba, pero su agresividad iba tomando un carácter pueril. Hasta en las mayores expansiones de cariño se valía de la contradicción, buscando molestar á sus allegados.
Salía, cruzando el estrado triste, pasillos y galerías; llegaba a su gabinete y también allí se apretaba contra los vidrios y miraba con ojos distraídos, muy abiertos y fijos, las ramas desnudas de los castaños de Indias, y los soberbios eucaliptos, cubiertos de hojas largas, metálicas, de un verde mate, temblorosas y resonantes.
Ideas malas, apoderándose de su alma, la penetraban de una dolorosa voluptuosidad. Otras caras aparecían en su memoria, deformadas, grotescas, las caras de otros que también la habían ilusionado algo, pasajeramente. Volviendo a la casa, por el mismo camino húmedo, bajo los eucaliptos, se encontró con su madre. Entonces sintió crecer incomprensiblemente su exasperación.
Pero un tren había parado en el pueblecito inmediato a la estancia; media hora después, al chasquido de un látigo, bajo los eucaliptos, en el extremo de la avenida, osciló la capota de un break. Eran Raquel y Fernando. Este traía para su madre malas noticias. Un campo que ellos poseían al norte de la provincia, acababa de incendiarse y habían muerto casi todos los animales.
Temían que los salvajes estuvieran preparando algún furioso asalto nocturno. Aunque nada sospechoso se viera ni se oyera en la llanura, había muchos indicios de que los salvajes tramaban algún plan. Hacia el Mediodía habían visto muchas bandadas de aves salir volando de los bosques de eucaliptos y dirigirse hacia el Norte.
El no iba á molestarse con un viaje cada vez que se le ocurriese averiguar el peso de un cuero suelto... Un piano entró en la estancia, y Elena pasaba las horas tecleando lecciones con una buena fe desesperante. «¡Ira de Dios! ¡Si al menos tocase la jota ó el pericón!» Y el padre, á la hora de la siesta, se iba á dormir sobre su poncho entre los eucaliptos cercanos.
Un parque de eucaliptos rodeaba el espacioso y antiguo caserón de la estancia, hecho al estilo colonial: gran patio con aljibe en el medio y un techo de tejas recaído sobre la galería exterior. Era el señor Molina un hombre de hábitos señoriles y sencillos. Apegado al recuerdo del Buenos Aires viejo, aceptaba, sin amarlas, todas las innovaciones modernas y el espíritu de las actuales costumbres.
No podían, con todo, los pescadores perder el tiempo; porque si los fugitivos llegaban a los bosques de eucaliptos sin abandonar su presa, no les quedaba otro recurso al Capitán y los suyos que levar anclas y desplegar las velas, abandonando aquella bahía tan rica en olutarias. Van-Stael se lanzó a todo correr por una de las gargantas de las rocas, seguido del piloto, de Cornelio y de Hans.
Pero nosotros no seremos tan tontos que les sigamos hasta aquella altura. Apostaría cualquier cosa a que en aquel bosque de eucaliptos está escondida la tribu entera, dispuesta a echársenos encima. ¿Sabrán que tenemos prisionero a su jefe? Desde luego lo sospechan. Con que, vamos, Cornelio; envía una bala a esos hierbajos.
Adriana ignoraba que aquella su madre, tan aprensiva, tan apocada, tan sin alma, no era sino una sombra de la antigua mujer. Ese día, a la hora de la siesta, se llegó paso a paso por la avenida de eucaliptos, húmeda y cubierta de hojas secas, a sentarse en el palo transversal de la tranquera.
Palabra del Dia
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