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Porque little Georgy se había resistido con una tenacidad británica, increíble en sus dos años de edad, a aceptar todos los medios nacionales de transporte que se le había indicado, tales como los brazos de un indio a pie, una canasta sobre una mula, a la que haría contrapeso una piedra del otro costado, un catre llevado a hombros y sobre el cual lo acompañaría su bonne, los brazos del maitre d'hôtel... nada, little Georgy quería ir con su padre, y con su padre fue casi todo el camino, sin que éste, bueno, bondadoso, tuviera una palabra agria contra el niño.

Recuerdo que en momento de llegar a Consuelo, en las circunstancias que dentro de poco diré, hablábamos de Viena y ella me contaba alguna de las anécdotas características de la princesa de Metternich... Luego seguía la marcha el ministro inglés, plácido, tranquilo, culto y resignado, llevando a little Georgy en los brazos.

Contaba hacer el viaje con lentitud; y como yo, por el contrario, tenía la idea de volar por la montaña, resolvimos despedirnos en la mañana. Las cosas debían pasar de otro modo. La noche de Consuelo En camino. El orden de la marcha. Mimí y Dizzy. Los compañeros. Little Georgy. They are gone! La noche cae. Los peligros. "Consuelo". El dormitorio común. El cuadro. Viena y París. El grillo.

Allí pasamos todo ese día, porque resueltamente había decidido no separarme de mis compañeros de viaje. Ya somos buenos amigos con Mimí y Dizzy, y Little Georgy empieza a tenderme los bracitos.

Sólo un momento little Georgy consintió en ir conmigo, seducido por mi poncho mendocino, que me fue necesario apenas llegamos a las alturas.