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Actualizado: 8 de junio de 2025
Al salir del pabellón encontró á un capitán igual á los otros, con el casco puntiagudo y enfundado, el uniforme color de mostaza, botas de cuero rojo, sable, revólver, gemelos y la carta geográfica en un estuche pendiente del cinturón. Parecía joven; ostentaba en una manga el brazal del Estado Mayor. ¿Me conoce?... No he querido pasar por aquí sin verle.
Iban en traje de marcha y con todos los arreos de campaña: bota al cinto, ros enfundado, manta liada al cuerpo, y a la espalda morralillo, en cuya blanca tela destacaba limpia y bruñida la tartera para el rancho: en los pies alpargatas, levantada en el empeine la polaina para facilitar el paso, y recogidas en el correaje las puntas del capote, dejando ver los pantalones rojos, que se movían acompasadamente por filas como miembros de una máquina viva.
Mientras iban hacia el ascensor, blanco y acolchado como una caja de guantes, ella le dejó entrever los salones del piso bajo, ostentosos, pero en una penumbra que casi era obscuridad: el gran comedor, desierto y enfundado; el pequeño comedor, en el que no se veía preparativo alguno... ¿Adónde le llevaba?... ¿Estaría la mesa puesta en su dormitorio?...
Por las mañanas, entre las estudiantinas y comparsas que corrían las calles, pasaban las familias ostentando a algún niño infeliz enfundado en la malla de Lohengrin, el justillo de Quevedo o los rojos gregüescos de Mefistófeles.
Se contemplaba de los pies a los hombros, satisfecho de su aspecto, enfundado en un traje de lanilla negra, que le hacía sudar, ocultas las manos en guantes obscuros y sosteniendo en una de ellas un saquito de viaje.
Las querellas de amor y de bebida debían ventilarse, tizona en mano, á espaldas de la taberna. Con el enfundado acero bajo el brazo, envueltos en su poncho y levantada el ala del fieltro sobre la frente, parecían dos caricaturas de los hidalgos de capa y espada, sus legítimos abuelos.
Sobre cubierta se agrupan los pasajeros: el comerciante de gruesa panza, congestionado como un pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergyman huesoso, enfundado en su largo levitón negro, cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que usa gorra de jockey, y que durante toda la travesía ha cantado con voz fonográfica, al són de un banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, y que, aficionado al box, tiene los puños de tal modo, que bien pudiera desquijarrar un rinoceronte de un solo impulso... En los Narrows se alcanza a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas.
Otra vez pensó el viejo en su propia suerte. ¿Adonde le llevaba este teniente á través de tantas visiones de horror?... Llegaron á las afueras del pueblo, donde los dragones habían establecido su barricada. Las carretas estaban aún allí, pero á un lado del camino. Bajaron del automóvil. Vió un grupo de oficiales vestidos de gris, con el casco enfundado, iguales en todo á los otros.
No era éste el único mosquito que zumbaba en torno de las señoritas de la Lage. A las primeras de cambio notó don Pedro que así por los tortuosos y lóbregos soportales de la Rúa del Villar, como por las frondosidades de la Alameda y la Herradura, les seguía y escoltaba un hombre joven, melenudo, enfundado en un gabán gris, de corte raro y antiguo.
Palabra del Dia
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