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Pombo, pues, como la mejor parte de los sudamericanos residentes en Nueva York, iba con frecuencia a gozar de la charla elegante y erudita de nuestra compatriota, que sostenía con éxito las más difíciles cuestiones literarias.

En sus excursiones por Montmartre acompañando á sudamericanos ansiosos de gozar las falsas y pueriles delicias de los restoranes nocturnos, nunca había ido más allá de dicha plaza. Además, esta parte de París, vista de noche, ofrece un espectáculo engañoso que contrasta con la mediocridad de su fisonomía diurna.

La importancia de la cuestión para los países sudamericanos radica, por consiguiente, en rechazar indirectamente, por medio de su adhesión a la garantía colectiva, toda solidaridad con la doctrina de Monroe, tal cual la entienden y la practican los americanos.

El Uruguay fué uno de los primeros países sudamericanos que juntó con los nuevos proyectos de ferrocarril el principio de fomentar la inmigración concediendo terrenos a los lados de la línea, y los resultados satisfactorios no se han hecho esperar. En una construcción proyectada se traerán colonos y se les proveerá de terrenos, casas, enseres y útiles de labranza.

Allí llegaban y eran cordialmente recibidos no solo los sudamericanos que deseaban un consejero honrado para orientarse en los caminos de la vida americana, sino todos los cubanos interesados en la política de su país. Allí conoció a Estrada Palma, que a la sazón ganaba su vida manteniendo un pensionado de enseñanza en el estado de Nueva Jersey, y a muchos otros después actuaron en la revolución.

Ser artista le colocaba por encima de sus amigos, muchachos sudamericanos sin otra ocupación que gozar de la existencia, derramando el dinero ruidosamente para que todos se enterasen de su prodigalidad. Con serena audacia, se lanzó á pintar cuadros. Amaba la pintura bonita, «distinguida», elegante; una pintura dulzona como una romanza y que sólo copiase las formas de la mujer.

Entre todos los pueblos sudamericanos, somos el único que ha tenido remotas afinidades con las colonias del Norte, fundadas por los puritanos del siglo XVII. Tampoco había oro allí y la vida se obtenía por la labor diaria y constante.

¡Muy bien! dijo á otros sudamericanos que ocupaban las mesas inmediatas . Hay que reconocer que han estado muy gentiles. Luego, con la vehemencia de sus veintisiete años, acometió en el antecomedor al joyero, echándole en cara su mutismo. Era el único ciudadano de Francia que iba á bordo. Debía haber dicho cuatro palabras de agradecimiento. La fiesta terminaba mal por su culpa.

Algunos aparecían con grandes chambergos, poncho en los hombros y espuelas, que hacían resonar belicosamente. Eran comisionistas ansiosos de color local, que declaraban ir vestidos de gauchos de las Pampas o de rotos chilenos. ¡Ah, gaucho lindo! ¡Tigre! exclamaban con burlón entusiasmo los muchachos sudamericanos . ¡Ah, rotito!... ¡Huaso gracioso!...

El pobre mozo del bar, amigo Ojeda, ese rubio con bigotes a lo kaiser, se movía incesantemente de una mesa a otra, descorchando botellas de champán, llenando copas, recogiendo del suelo vidrios rotos. Al principio estaban por grupos: a un lado los sudamericanos, al otro los yanquis y los ingleses, más allá los alemanes, pretendiendo cada uno sobrepujar al vecino en generosidad.