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Grupos de hombres armados, sin más guía que el indio mentiroso y fantaseador o el eco de una tradición confusa, iban de la Florida a la Patagonia, del Callao a la desembocadura del Orinoco, en busca del valle de Jauja, lugar paradisíaco de delicias y harturas, del Imperio de las Amazonas, de la «Ciudad de los Césares», áurea metrópoli que nadie vio jamás, o de la Fontana de Juventud, suprema esperanza de los conquistadores de barba canosa que sentían decaído su vigor.

Los españoles tenemos esa ventaja sobre los habitantes de otras naciones. ¿Qué país tiene una Jauja tal, una isla de Cuba para remediar los desastres de sus hijos? ISIDORA. ¡Ya! JOAQUÍN. Me iré a la perla de las Antillas, como decimos por acá. ¿Quieres ir conmigo? Yo te cuidaría si caías malo, y te desviaría de tus calaveradas, porque allá... Pero no puedo, no puedo salir de aquí.

Los vencedores siguieron en persecucion de Canterac que, sucesivamente y en buen órden, fué retirándose á Tarma, Jauja, Huancayo y Huamanga, llegando por fin á Cuzco con una pérdida de mas de 2.000 hombres.

Mendrugo, pobre imbécil, lleva un plato con comida á la cárcel, en donde está presa su mujer; encuéntranle entonces los dos bribones, entablan con él conversación, y hablan entre otras cosas del país de Jauja.

No habrá nueva Jauja ni nueva Jerusalén que baje del cielo, porque don Eduardo Marquina gusta más de lo rústico que de lo urbano, y las fiestas y regocijos que pronostica y apercibe para nuestro regenerado linaje serán campestres: una candorosa bacanal, un idilio enorme.

Fijándose en los jamones que colgaban de un barrote de hierro y en las oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos de pensar en algún inmenso árbol de Jauja, que había metido allí una de sus ramas, completamente llena de gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes.

Hay que ver de cerca á los penados, como nosotros los vemos, para darse cuenta del escaso partido que se puede sacar de ellos para colonizar... ¡Mal ganado, caballero, mal ganado! ¡Y difícil do conducir! Todos creen, al llegar aquí, que van á estar en Jauja.

El forastero se llegó a persuadir de que estaba en Jauja, y entonces descubrió que era un inspector del Gobierno, que venía a ver las ocultaciones de riqueza que había en los pueblos, sobre todo en lo tocante a subsidio industrial. El pánico en Villafría fue espantoso.

Cruzó entonces los desfiladeros de los Andes, mientras Canterac guarnecia los de Jauja y situaba sus puestos avanzados en Casas, y marchó decididamente sobre Pasco. El general español, que ignoraba la direccion seguida por su contrario, se encaminó hácia este mismo punto con objeto de practicar un reconocimiento.

Ya está aquí... Gracias, señora Catana: bien que la culpa no es suya ni de la cocinera, sino de nuestro madrugón, inesperado en la cocina... ¡Ea! don Claudio, adentro con eso... No tienen mala traza esos bollos. Hombre, ¿qué tal se anda aquí de pan? Bastante bien, como de carne y de leche... y de confituras. Pues estamos como queremos... Si te digo, Nieves, que esto de Peleches es Jauja...