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Actualizado: 16 de julio de 2025
Facundo entonces reprime su rabia, llama en su auxilio, apodéranse seis hombres del atlético oficial, lo estiran en una ventana, y bien amarrado de pies y manos, Facundo lo traspasa repetidas veces con aquella lanza que por dos veces le había sido devuelta, hasta que el oficial ha apurado la última agonía, hasta que reclina la cabeza y el cadáver yace yerto y sin movimiento.
Suena la hora de la cotizacion de fondos, y muchas gentes llegan, se apiñan, se hostilizan, se estrujan. Todos se ponen de puntillas, los cuellos se estiran, las barbas asoman, los rostros se encienden, los ojos se inflaman.... ¡Madre de Dios! Eso no es un pregon, ni una gritería; es un ahullido interminable, un galimatías infernal.
Es nuestra Dirección General de Higiene: los lavaderos, el taller de planchado y el gimnasio, con un sinnúmero de aparatos movidos por la electricidad, invenciones diabólicas que le estiran a usted, le encogen, le rascan la espalda y le cosquillean como un rosario de hormigas. ¡Cosa de ver el lavadero, amigo Ojeda! continuó tras una pausa . ¡Lástima que esté ahora cerrado!
Crugen, se estiran los miembros, Se hinchan de sangre las venas, Y enronquecidos apenas Pueden el aire lanzar; Mas él firme en sus estribos Como animado centauro, Disputa á todos el lauro En combate desigual.
Primeramente, el masaje; éste es bueno, pero no resulta eficaz mas que para un día. Al menor cansancio, las arrugas reaparecen al instante. Tenemos después la pasta de los Nabis; ésta se la aplica usted por la noche con la careta especial. Es una pasta a base de plantas astringentes, que estiran y ponen tersa la piel. Pero hay que aplicársela todos los días.
Se lavan después, y se estiran. El abacá se da muy bien en la provincia de Batangas, y en otras partes; pero no es tan bueno como el de Camarines, y este parece que es inferior también al de Panay y Marinduque; bien que sobre esto hay opiniones. Pero tengo por muy probable, que estos otros son distintos del de Camarines, pues la fruta de este es amarga y no se come, y las de los de Batangas sí.
En la calle no se encuentra sino al pobre vendedor de legumbres, sucio y harapiento; los barberos afilan filosóficamente sus navajas, detras de sus celosías bajas; los aguateros asturianos empiezan su tarea, arriando sus diminutos pollinos cargados de pequeños toneles de agua; los mozos de café, trasnochados por sus innumerables é inamovibles parroquianos, bostezan, se estiran voluptuosamente, y hacen traquear sus coyunturas como matracas.
Cuando por casualidad se les encuentra de pie, no hacen otra cosa que pasear tranquilamente por la celda sin desplegar ninguna especie de ferocidad, como un poeta lírico que estuviese meditando algún soneto enrevesado para la Ilustración Española y Americana: cuando abren la boca y estiran las garras, nunca es en son de amenaza, sino para desperezarse groseramente; y si tal vez que otra les da la humorada de rugir, lo hacen con tanta delicadeza, que más que de devorarlos, parece que tratan de enterarse de la salud de los espectadores.
Palabra del Dia
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