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Actualizado: 6 de junio de 2025
Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.
Cuando por casualidad se les encuentra de pie, no hacen otra cosa que pasear tranquilamente por la celda sin desplegar ninguna especie de ferocidad, como un poeta lírico que estuviese meditando algún soneto enrevesado para la Ilustración Española y Americana: cuando abren la boca y estiran las garras, nunca es en son de amenaza, sino para desperezarse groseramente; y si tal vez que otra les da la humorada de rugir, lo hacen con tanta delicadeza, que más que de devorarlos, parece que tratan de enterarse de la salud de los espectadores.
Una mañana en que había llegado a la comisaría, y me disponía a salir con el tercio en que formaba, para ir a hacer mi monótono servicio de bocacalle, allí frente al almacén de doña Petrona, en la esquina de Luján 25 y Defensa donde puede decirse que no tenía más misión que proteger los intereses de los comerciantes ambulantes contra las travesuras de los estudiantes de medicina y de derecho que, avecindados en aquel barrio, lo constituían casi en una mitad oí que el oficial escribiente gritaba en medio del patio desmantelado, donde los ebrios recogidos en la noche anterior comenzaban a desperezarse, acostados en los rincones, teniendo por almohada las baldosas: ¡Agente Carrizo!..., ¡vaya al despacho del comisario!
De vez en cuando estremecíase con violentos sobresaltos, lo mismo que si una mano invisible le cosquillease en la nuca. Cogida a la baranda, echaba el busto atrás, y luego se aproximaba a ella hasta tocarla con el pecho. Con esta gimnasia nerviosa acompañaba su charla y disimulaba un deseo de extender los brazos y desperezarse.
Garrote empezó por desperezarse, estirándose tanto que cada remo parecía dispuesto a arrancarse por sí mismo del tronco y a caer al suelo por los lados de la cama. Las contracciones de la cara y el crujir de huesos eran como si el hombre despertase, más que del sueño de una noche, de un encantamiento de siglos.
No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para sí anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana.
Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.
Era una mañana de otoño; el pueblo comenzaba a desperezarse, las brumas iban subiendo por el monte Izarra y del puerto salía, despacio, una goleta. Llegamos a Aguirreche; estuvimos un momento, y después, mi abuela, la tía Úrsula y mi madre, vestidas con mantos de luto, y yo con la Iñure, nos dirigimos a la iglesia.
Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula, donde venía echado, y tender la garra, y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y, con casi dos palmos de lengua que sacó fuera, se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro; hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad.
No se dió vez que hallándose en misa no se hubiera levantado en el instante más crítico y solemne para desperezarse groseramente abriendo una boca horrorosa y echando un palmo de lengua fuera. Hecho lo cual con mucha sangre fría y la cola tiesa, se salía pian pianito del templo. Todo el mundo censuraba fuertemente estos alardes de impiedad.
Palabra del Dia
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