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Actualizado: 26 de junio de 2025


Vamos á ver, Fernandito dijo cogiéndolo por un botón de la americana. Ahora que estamos solos y no hay miedo de que nos oiga tu gente: ¿cómo van esos amores?... Sanabre se ruborizó, haciendo signos negativos con la cabeza; pero le desconcertaba la mirada del doctor, fija en él con la tenacidad insolente de los miopes. ¡Pero ingeniero del demonio!

María se ruborizó á estas palabras de su hermano, pero no apartó los ojos de Tragomer y dibujó en sus labios una sonrisa. Volvió en seguida á Jacobo á quién no se cansaba de ver, de tocar y de besar. Marenval, apoyado en la pared de la cámara presenciaba esta escena conmovedora sin tratar de contener su enternecimiento.

Ya sabe usted que el señor De Nièvres tiene el propósito de que pasemos a lo menos los meses del invierno. Oliverio y usted vendrán a fin de año. Mi padre y Julia vienen conmigo. Allí casaré a mi hermana. ¡Oh! tengo para ella toda suerte de ambiciones, las mismas poco más o menos, que para usted y al expresar esa idea se ruborizó ligeramente.

Tus padres están en un caserío de la familia Aguirre, ¿verdad? Si, señor. ¿Les tienes cariño a los de tu casa? , señor. ¿A la señora y a las señoritas? -Si, señor. ¿Y al señorito Juan? También. Y la muchacha se ruborizó. Yo continué con mis preguntas. ¿No quieres marcharte de Aguirreche? No, señor. ¿No tienes confianza en ?

Los circunstantes estallaron en una carcajada. La joven volvió la cabeza con asombro y viendo todos los ojos posados sobre ella con expresión maliciosa se ruborizó. Poco tiempo después se sentaban a la mesa. Era ésta suntuosa, refinada, provista de todas las adquisiciones gastronómicas.

Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó afligirse por estas palabras. Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y... ¿Quién era la señora que hablaba contigo?... Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete mil francos que le enviaron de Italia, que no tiene con qué atender á los gastos de su vida, y... ¿Una flaca con un gran sombrero de cow-boy?... No, no es esa.

Siempre he soñado con dedicar mi ternura á algo muy alto, muy extraordinario, que estuviera por encima de las cabezas de los demás mortales.... Pero antes de que usted viniese esto equivalía á soñar con lo imposible. Se ruborizó Flimnap, creyendo haber dicho demasiado, y miró á través de su lente el rostro del gigante.

Cuando oyó a su lado la voz amorosa de Fernando, aquella voz que sabía tener para ella acentos subyugadores, irresistibles, se ruborizó de dulcísimo placer.

Dijo que mi presencia era desde luego muy simpática, que bien se echaba de ver mi esmerada educación, y que admiraba en un corazón de oro; que mis ojos eran muy dulces, aunque un poco pícaros... en fin, no estampo más porque me ruborizo. Fue la primera y última vez que hablé con una mujer que me requebrase. Ambos, pues, nos hallábamos contentísimos el uno del otro.

Camila Liénard se ruborizó y abrió inmensamente sus hermosos ojos. Delaberge prosiguió: En ese retrato que hizo usted del marido soñado, pienso que no es imaginario todo... Puede que haya en alguna parte un ser real en quien usted pensase... inconscientemente, cuando me iba enumerando las cualidades de su ideal. No... no, yo se lo aseguro; yo no ...

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