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Nada, señora contestó Miguel, que ese muchacho quería abrir el vestido a Maximina para enseñar una soga que dice que trae. No, madre gritó Adolfo, es que ella me pegó, porque la llamé beatona. Tú te callas, tunante le dijo la madre encolerizada, aplicándole al mismo tiempo una soberbia bofetada que le enrojeció la mejilla. Adolfo se puso a clamar al verdadero Dios.
Ignoraba cuándo pudo venirle la vocación; tal vez su madre, ama de llaves de los señores de la Lage, mujer que pasaba por beatona, le empujó suavemente, desde la más tierna edad, hacia la Iglesia, y él se dejó llevar de buen grado. Lo cierto es que de niño jugaba a cantar misa, y de grande no paró hasta conseguirlo.
Eso no prueba más que tiene V. un corazón agradecido y piadoso. Maximina se ruborizó entonces hasta las orejas. Adolfo, a quien sin duda pareció muy mal esta alabanza y quería a todo trance desahogar su resentimiento, exclamó sonriendo estúpidamente: ¡Es una beatona! Se pasa la vida comiendo los santos. Pues ahora no estaba comiendo los santos, sino barriendo respondió Miguel.
Palabra del Dia
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