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Actualizado: 31 de mayo de 2025


»Al fin, cada cual se retiró a su aposento. Yo quedé en mi habitación y púseme a orar; cuando dieron las doce en el reloj del castillo, me encaminé hacia la capilla. Teobaldo me había precedido. »¿Eres , Carlos? pregunté. »No, hija mía me contestó una voz temblorosa. »Era Teobaldo.

Pero lo que no puede dudarse es que D. Lesmes quedó en aquel instante tan profundamente convencido de ello que se puso serio de repente, dejó escapar un suspiro y acariciando con su mano temblorosa el cuello de la jaca exclamó: ¡Ay, Florita, qué hermosa... qué hermosa eres!... ¿Estarás muchos días en Entralgo? Algunos todavía.

Y tomando el sombrero y sin despedirse de nadie, se fue a escape a su casa devorado por la impaciencia, y rompiendo el sobre con mano temblorosa, leyó la carta que sigue: «Mi queridísimo Ricardo: Hace ya tiempo que deseo comunicarte un pensamiento que me preocupa, sin atreverme a ello.

Y con mano temblorosa, comenzaba una carta para desgarrarla en seguida. Si Carlos no sospechaba nada, un paso prematuro podía ser contraproducente. Más valía no precipitar nada y dejar hacer al señor Hardoin. Pero, ¿y si sabía algo? ¿Y si él tomaba la delantera mientras ellos andaban en esas dilaciones? ¿Y si daba un escándalo, provocaba un encuentro y ella lo sabía demasiado tarde? ¡Dios mío!

D. Pantaleón se atrevió a decir con voz temblorosa: ¿Sabes lo que es eso? ¿El qué? ¿Esa caridad y ese talento que te admiran? ¿Qué es? Cloruro potásico. ¿Cómo? Que no depende más que de una mayor cantidad de cloruro de potasa en el cerebro. Pero, hombre, ¿qué jerigonza es la que estás hablando?

Y presa de este vértigo infernal, Montiño adelantó con paso nervioso, lento, marcado, con los cabellos erizados, con los ojos horriblemente dilatados, con la boca contraída, temblorosa, con el semblante lívido, estremeciéndose todo, hacia el cadáver, junto al cual llegó y le contempló de una manera horrorosa en el momento que la clerecía empezaba á entonar el terrible salmo: Dies iræ, dies illæ.

La voz del sensible joven era temblorosa, apagada. Hacía tiempo que se hallaba en un estado de debilidad extremada. Ahora parecía que hablaba como si no hubiese tomado alimento desde hacía ocho días. Mirele sorprendido y con curiosidad. ¡Si supiera usted lo que me está pasando en este momento! ¿Qué hay?

Representaba muchas noches de sueño alterado por el miedo; de súbitas alarmas en las cuales ocultaba bajo las sábanas la cabeza temblorosa; de amenazas, cuando negándose a dormir porque le acostaban temprano, su madre le decía con voz imperiosa: Si no callas y duermes, llamaré al doctor Moreno. ¡Terrible y sombrío personaje!

Una carta para usted, señorita; de Granville. ¡Al fin! Liette desgarró el sobre con mano temblorosa. La carta era de Blanca y no contenía más que estas líneas: «Doy a usted, mi querida amiga, la primera noticia de un secreto que es una pena y también una dicha. Mi madre no es mi madre, y, sin embargo, me ha dicho muy bajito que yo podría aún ser su hija.

Dijo estas palabras con voz un poco temblorosa. Carmen le dirigió una mirada de sorpresa. Pues si tanto lo necesitas, te lo diré otra vez. : te quiero, te quiero... Ya está usted serbido, don Caprichoso. Pero no pongas esa cara, hombre de Dios. ¡Si parece que estás haciendo testamento! ¿Estas segura de que no lo estoy haciendo allá en mis adentros?

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