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Actualizado: 1 de mayo de 2025


A los pocos momentos volvió á entrar seguido de Joselillo, su criadito, quien soportaba una gran batea con cañas de manzanilla y algunos platos con rajas de queso, peje-reyes y camarones. Esta convidada va por , señores. dijo con su gravedad habitual. Á tu salud y á la de la flamenca que está ahí fuera respondió Antoñico en voz alta y apurando una caña.

Cuando la vió aparecer de nuevo con un mantón sobre los hombros y pañuelo de seda á la cabeza sintió tanta compasión que le dijo, alzándose de la silla: Vamos, niña... vamos donde quieras. Gracias, Manolo replicó la joven con voz temblorosa. Salte fuera y aguárdame en la esquina. Necesito que venga Joselillo... pero no tardará.

El fogón sólo tenía algunas ascuas; los cacharros, sucios de chocolate, estaban ocultos en el rollo de las colchonetas. La más vieja de la familia le tendía algunas monedas entre suspiros de desaliento. Toma, Joselillo, una plañí decía . No tenemos más; te debo dos reales, que te daré mañana. ¡Ay! ¡Estamos muertecitos de jambre!...

Vestía chaqueta corta, sombrero cordobés de alas rectas, pantalón ceñido, faja de seda encarnada y camisa bordada con botones de diamantes: todo rico y esmerado, y mostrando no sólo un hombre bien acomodado, sino cuidadoso de su persona y quizá un poquito pagado de ella. ¿Y Joselillo? preguntó. Pues se fué hace ya bastante rato por unos frascos de ginebra y aún no ha venido. ¡Valiente niño!

Procuró dar á su rostro la misma habitual expresión indiferente y altiva y, después de saludar á las tres ó cuatro personas que allí había, preguntó á Joselillo: ¿Ha venido algún recado para ? No, señor respondió el chico. Subió á su cuarto y se dejó caer en la cama fatigado del largo paseo que había dado y más aún de tanto pensar en la misma cosa.

En unas casas encontraba al hombre sentado en un rincón, con aspecto enfurruñado, y a la mujer tendida en el suelo. Pasa de largo, Joselillo gemía la gitana . Hoy no puedo darte el real: no he ganado nada. ¡Mira cómo me ha puesto el cuerpo ese bruto! Y señalaba al marido, que permanecía impasible, con la tranquilidad del que cumple su deber.

Y Joselillo pasaba a otra casa, seguro de la cobranza, pues aunque aquella gente se retrasase en el pago, acababa siempre por satisfacer sus deudas. Eran vagabundos que apenas comenzaba el verano hacían la vida errante de feria en feria, y por esto mismo necesitaban tener su techo seguro para cuando llegasen los fríos.

Pensó que era necesario buscar una mujer para que la arreglase y guisase la comida, y tuvo intención de llamar á Joselillo para enviar por ella; mas se contuvo: no había prisa: lo mismo sería al día siguiente. Bajó al cabo á la tienda, se desayunó y se puso á fumar cigarrillos.

Se enjugó cuidadosamente las lágrimas, aguardó todavía algún tiempo para que la brisa del mar borrase por entero sus huellas, y así que se halló bien serena se dirigió con paso firme á la puerta de la tienda y entró. Las pocas personas que allí había saludáronla con agasajo. Joselillo le preguntó si podría marcharse á evacuar algunos recados; no lo consintió: tenía que hacer arriba.

Palabra del Dia

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