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Actualizado: 26 de julio de 2025
Esta conducta indignó a Miguel en alto grado, y lo que acabó de desprestigiar al cura fue que, en vez de avergonzarse de haber pegado a un hombre que no se defendía, aún se jactaba de ello el muy ruin. «¿Has visto, barájoles, has visto qué mocada tan gorda le asesté la primera? ¿Qué bien sonó, eh?... Pues aún fueron mejores las que le di por debajo, en las narices, aunque no sonaban tanto... ¡Barájoles, ya le tenía yo ganas a ese mastuerzo!... ¡que eche roncas ahora con sus dientes de caimán!»
Puede ser, puede ser decía el cura bajando los ojos, yo no reparo mucho en esas cosas.» Después que las hubieron visto con detención sin dejar una, D. Juan le echó un largo sermón acerca de la necesidad de mantenerse puro, para ser vigoroso física e intelectualmente, tomándolo nada más que desde el punto de vista utilitario. «Aquí me tienes a mí, que derribo de una mocada a un hombre fornido. ¿Por qué?
Nada... en cuanto alguna se me acercaba en la calle, mocada limpia... ¡Vayan allá, al infierno, a tener tratos indignos!...» A pesar de esta higiene y régimen espartano, el cura tuvo la desgracia de enfermar. Comenzó a ponerse triste y amarillo, que daba pena verlo: comer, comía bien, pero no le aprovechaba.
Palabra del Dia
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