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Actualizado: 18 de junio de 2025


Al espanto de aquella noche, recién llegado yo a Tablanca, habían sucedido otros dos por el estilo; pero como huía de en cuanto me acercaba a ella con propósitos de interrogarla sobre tan extraño particular, después de pedirme con las manos juntas y por el amor de Dios que no le dijera a mi tío una palabra de lo que estaba notando, limitábame, por complacerla, a observarla desde lejos y a no perderla de vista mientras me fuera posible. ¿Qué diablos podía haber allí? ¿Eran fantasmas, alucinaciones histéricas de la pobre mujer tan castigada por la desgracia a lo mejor de su vida, o estaba bajo el peso insoportable de alguna nueva desdicha?

Pero el joven marqués no entendía lo que aquello significaba, se aburría, y más de una vez se le escapó para preguntar a Narciso Luna si no pensaba ir este año a Álava a cazar codornices y si éstas eran tan gordas como las de Castilla, o bien se acercaba a Clara para decirle que dentro de algunos días esperaba de Londres la carabina que tenía encargada y que era una maravilla, al decir del amigo que allí se la había comprado.

Al mismo tiempo, Divès y sus hombres transportaban la pólvora al cobertizo, y en el momento que Juan Claudio se acercaba a la hoguera más próxima ¡cuál no sería su sorpresa al ver, entre los hombres de la partida, al loco Yégof con la corona a la cabeza, sentado gravemente en una piedra, con los pies cerca del fuego y cubierto con sus andrajos como si fuese un manto real!

Eran las cuatro de la tarde; la noche se acercaba. La última bala cayó en la calle de Grand-Fontaine y, rebotando en la esquina del abrevadero, derribó la chimenea de El Buey Rojo. Cerca de seiscientos hombres perecieron aquel día. No fueron pocos los montañeses muertos; pero los kaiserlicks fueron muchos más.

El chico se divertía con otros junto a la fuente de la Alcachofa, mientras ellas charlaban con las demás niñeras sentadas en un banco. Los chicos se escapaban de vez en cuando corriendo hasta cierta distancia, como siempre; pero a una voz que les daban volvían a la plazoleta. Pues cuando se acercaba el oscurecer, al llamarlos para irse a casa, se encontraron con que no parecía el pequeño.

El estudiantillo desenvuelto se acercaba de cuando en cuando al cortinón, detrás del cual estaba apercibido el fonógrafo; abría una rendija, inmiscuía la nariz, y se volvía a decir: «Se va llenando el salón», «ya está lleno», «el filósofo sube al estrado», «monsieur Cleo de Merode va a comenzar su conferencia». Oyóse el carraspeo del fonógrafo, precursor de la emisión de la palabra.

En una ocasión, no encontrándola donde presumía, comenzó a exhalar gritos desgarradores, exclamando: «¡Me la roban!, ¡me la roban!». Por fortuna, el ama se acercaba ya trayendo a la pequeña en brazos. A veces la besaba con tal frenesí, que la criatura rompía en llanto.

Y mientras la pobre se retira un poco ofendida, le grito: Y, sobre todo, encomienda al pintor que trate que los amorcillos se me parezcan. Ahí tienen, señores, cuál era mi estado de ánimo durante el período de noviazgo... Y cuanto más se acercaba el día de la boda, tanto más incómodo me sentía.

33 Entonces, levantándose todos los de Israel de su lugar, se pusieron en orden en Baal-tamar; y también las emboscadas de Israel salieron de su lugar, del prado de Gabaa. 34 Y vinieron contra Gabaa diez mil hombres escogidos de todo Israel, y la batalla comenzó a agravarse; mas ellos no sabían que el mal se acercaba sobre ellos.

¡El tifón se acercaba! ¿Nos cogería el vórtice? Es decir, ¿moriríamos? Solo Dios, solo

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