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Actualizado: 11 de junio de 2025
Lo extraño era que el Sr. de Ponte Delgado, con tener tres veces lo menos la edad de Obdulia, casi la superaba en poder imaginativo, pues en la declinación de la vida, se renovaban en él los aleteos de la infancia. D. Frasquito era lo que vulgarmente se llama un alma de Dios.
Eres el único sabio que hay en Cádiz. Déjame, por Dios, que cuente este golpe á todo el mundo para honra de la familia. ¡Tío, no la enredemos ahora que estamos todos alegres! exclamó Frasquito exasperado. ¿No quieres que lo cuente? Está bien: te guardaré el secreto. Pero de aquí en adelante hazte cuenta que no eres mi sobrino... ¡Quiero que seas mi tío!
No un libro, sino media docena le traería Frasquito con mil amores; y prometiéndolo así, se lanzó a la calle, ávido de aire, de luz, de ver gente, de recrearse en cosas y personas. Del tirón, andando maquinalmente, se fue hasta el Paseo de Atocha, sin darse cuenta de ello. Luego volvió hacia arriba, porque más le gustaba verse entre casas que entre árboles.
Por la escalera, agarrándose a la balaustrada, subía renqueando un viejo, envuelto en un largo y amplio gabán de mackintosk, capaz de preservar de todas las humedades a un explorador del Polo. Parecióle a Sabadell aquella estantigua el tío Frasquito en persona, y comenzó a subir ligeramente con la idea de alcanzarlo.
Después de larga pausa, el maestro carpintero, con la mayor tranquilidad, como quien no dice nada, soltó la siguiente bomba: De modo, hijo, que por ahora y en mucho tiempo tampoco, no cuentes con las diez mil pesetas de que hemos hablado. Frasquito se puso pálido como un muerto. Quedó paralizado un momento y apenas pudo balbucir: ¡Cómo! ¿Ahora salimos con eso?
¡Qué ha de curarse con eso! saltó María-Manuela que presumía de curandera y ensalmadora Si sientes dolor, Frasquito, se te quitará untando el brazo con la sangre de una oreja cortada de un gato negro; le das una friega apretándolo poco á poco, luego doblas er deo gordo, y poniéndolo debajo de la barba abres la boca nueve veces seguidas...
Y entonces fue cuando Jacobo quedó convencido de que el padre Cifuentes era un infeliz, un cuitadito sin pizca alguna de mundo, como el tío Frasquito le había dicho antes.
En sus coloquios con Obdulia, Frasquito no cesaba de referirle su vida social y elegante de otros tiempos, con interesantes pormenores: cómo fue presentado en las tertulias de los señores de Tal, o de la Marquesa de Cuál; qué personas distinguidas allí conoció, y cuáles eran sus caracteres, costumbres y modos de vestir.
El encuentro de aquel hombre en aquellas circunstancias habíale inspirado un terror muy parecido al que sintió meses antes, al ver vacíos en el álbum del tío Frasquito los huecos ocupados en otro tiempo por los tres sellos. ¿Qué vendría a buscar aquel pajarraco en la corte? ¿Tendría que ver algo su venida con el asunto de los masones? ¿Habría acaso en todo aquello algo más que una estúpida broma?
Cosmético, no... yo se lo juro respondió Frasquito con lánguido acento, sacando de su boca las palabras como con un gancho . Lo gasté... pero no en eso... Tenía que pro... pro... si lo diré al fin... que proporcionarme una foto... grafía». Rebuscó en el bolsillo de su gabán, y de entre sobadas cartas y papeles, sacó uno que desdobló, mostrando un retrato fotográfico, tamaño de tarjeta ordinaria.
Palabra del Dia
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