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Pues si entraran a ti vendimiadores, aun dejaran algún rebusco. 8 ¿No haré que perezcan en aquel día, dijo el SE

La señora miraba a la enferma con ojos de conmiseración. ¡Qué gran cosa es la fe! murmuró con suspirante voz. , señora; una cosa hermosa. Y Rafael hubiera añadido alguna frase retórica y brillante de las muchas que había leído en los autores sanos, sobre las grandezas de la fe; pero en vano rebuscó en su memoria; no había nada: aquella mujer turbaba profundamente su timidez de solitario.

Como esto no le divertía gran cosa, aunque le aficionaba más á la lectura, rebuscó la casa y halló el Electo y Desiderio. El estilo de este libro patriarcal le formó cierto gusto para el diálogo; y amando, como joven, la intriga, el enredo y los desenlaces sorprendentes, dióse á Bertoldo con todas las potencias de su alma.

Ella sólo gustaba de los cigarrillos orientales... Y como persistiese el acre olor del cigarro habano, jugoso y bravío, rebuscó en su maletín de aseo, derramando sobre la cama el fondo de varios frascos de esencia largo tiempo olvidados. Una repentina inquietud amargó su espera. La que iba á llegar ignoraba tal vez cuál era su habitación.

Salió, investigó, rebuscó, y la mujer aquella, visión inverosímil que había trastornado a Villalonga, no parecía por ninguna parte. ¿Sería sueño, o ficción vana de los sentidos de su amigo?

Rebuscó en todos sus bolsillos hasta dejarlos limpios, distribuyendo a ciegas las piezas de plata entre las manos ávidas y en alto. Ya no hay más. ¡Se acabó el carbón!... ¡Dejadme, guasones!

Cuando Pablo Aquiles volvió del cementerio, se encerró en el despacho de su padre; la idea de que hubiera hecho testamento le preocupaba. Buscó y rebuscó sin encontrar nada; nada había tampoco en el armario de caoba, que registró luego, tapándose las narices a causa del olor desagradable de ácido fénico, que saturaba la atmósfera del cuarto mortuorio.

Buscó y rebuscó Isidora en todos los bolsillos, gavetas y huecos, porque recordaba que en otra ocasión parecida había encontrado de repente una moneda de oro olvidada en el fondo de un cajón de la cómoda; mas ninguna moneda de plata ni de oro apareció aquella vez, con lo que se dio por vencida, y resolvió que la cena fuese una modesta colación, más propia de día de ayuno que de noche de Navidad.

Imaginó, pues, colocar en la caja unos pedacitos de papel del tamaño de los billetes, y si lograba encontrar papel igual en la calidad de la pasta, de modo que no resultase diferencia al tacto, el engaño era fácil, porque su marido no había de verlos sino con los dedos... Púsose a la obra, y rebuscó y examinó cuanto papel había en la casa.

Gallardo se separó de doña Sol, que contemplaba los preparativos de marcha del bandido con sus ojos indefinibles y la boca pálida, apretada por la emoción. El torero rebuscó en el bolsillo interior de su chaqueta y avanzó hacia el jinete, tendiéndole con disimulo unos papeles arrugados dentro de su mano. ¿Qué es eso? dijo el bandido . ¿Dinero?... Grasias, señó Juan.