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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ya parecerá repitió el clérigo, y también Frasquito, como un eco: Ya parecerá. Si se hubiera muerto indicó Doña Francisca , creo que la intensidad de mi alegría la haría resucitar. Ya hablaremos de esa señora dijo Cedrón . Antes acabe de enterarse de lo que tanto le interesa.
Fue una ruidosa función el acto de bajar a Frasquito, cantándole coplas en son funerario, y diciéndole mil cuchufletas aplicadas a él y a la Benina, que insensible a los desahogos de la vil canalla, se metió en su coche, llevando al caballero andaluz como si fuera un lío de ropa, y mandó al cochero picar hacia la calle Imperial, cuidando de despabilar bien al caballo.
La conversación giró un momento sobre el viaje de Jacobo, hasta que vino a interrumpirla la entrada del tío Frasquito, que volvía del pasaje Jouffroy cargado de noticias.
El tío Frasquito comenzó a hacer sobrehumanos esfuerzos para coordinar sus recuerdos... Seguro, segurísimo estaba de que quince días antes estaban allí los tres sellos; habíale enseñado despacio todo el álbum a otro amateur, el barón de Buenos Aires, y no notó hueco alguno... A los pocos días vino un individuo desconocido, recomendado por su camisero, que quería venderle con mucho empeño tres ejemplares curiosos: entonces hojeó otra vez el álbum... Después no le había tocado.
Y cuando desapareció por las escaleras abajo el gran Cedrón, y se vieron solos de puerta adentro la dama rondeña y el galán de Algeciras, dijo ella: «Frasquito de mi alma, ¿es verdad todo esto? Eso mismo iba yo a preguntar a usted... ¿Estaremos soñando? ¿Usted qué cree? ¿Yo?... no sé... no puedo pensar... Me falta la inteligencia, me falta la memoria, me falta el juicio, me falta Nina.
Sellos masónicos. Marqués de Sabadell. Porque tenía la atención el coleccionista de apuntar siempre, junto al donativo, el nombre del donante. Apareció al fin la página 117... y el tío Frasquito miró a Jacobo estupefacto, y Jacobo al tío Frasquito horriblemente pálido.
«¡Pobre señor! dijo Benina ; habrá dormido al raso... Es un dolor... a sus años... Mejorando lo presente, es más viejo que la Cuesta de la Vega». Refirió la encargada que no sabiendo Don Frasquito dónde meterse, había conseguido ser albergado en la casa del Comadreja, calle de Mediodía Chica, dos pasos de allí. Por más señas, había corrido la noticia de que estaba enfermo.
El tío Frasquito recordaba haber aprendido en el Colegio Imperial, allá cincuenta años antes, aquello de Horacio: «Fecundi calices quem non fecere disertum?». Y el ponche fue aceptado con disimulado entusiasmo.
Jacobo volvió a preguntar: ¿Y te acuerdas de unos sellos de lacre, dos verdes y uno rojo, que te regalé aquella noche? Sí replicó el tío Frasquito más animado. ¿Qué has hecho de ellos?... En mi álbum los tengo... ¿Quierres verrlos? Enséñamelos.
Bajó Frasquito renqueando hasta la meseta próxima: allí se paró, mirando para arriba, y dijo: «Ingrata, ingrrr...». Quiso concluir la palabra, y una violenta contorsión denunció la inutilidad de sus esfuerzos. De su boca no salió más que un bramido ronco, como si mano invisible le estrangulara.
Palabra del Dia
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