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Repetí el llamamiento; el mismo silencio. Entonces entro. ¡Ah, señores! no me sentí orgulloso. Habría querido escabullirme, saltar dentro del coche y gritar «¡A la estaciónTomar el primer tren y huir a América, a cualquier parte, allá donde se refugian los cajeros infieles y los hijos pródigos. Pero era imposible. ¡Yolanda! dije en tono humilde y contrito. Las dos lanzan un grito.

La primera vez que volví a encontrarle, cuando íbamos a sentarnos a la mesa, me preguntó en tono frívolo y burlón: ¿Qué tal la monjita? ¿Qué monjita? pregunté a mi vez secamente, presto a irritarme. ¿Pues cuál ha de ser? Esa chatilla de los ojos negros que le trae a usted dislocado. ¿Que me trae a dislocado? repetí, poniéndome como una cereza.

Mi excelente amiga la señora de Laroque en particular, mujer recomendable por diversos títulos, es en punto á negocios, de una incuria, una ineptitud y niñería, que sobrepasa lo imaginable. ¡Es una criolla! ¡Ah! es una criolla repetí con vivacidad. , joven, una vieja criolla respondió secamente el señor Laubepin.

Pero, señor, tengo y sigo aquí una pista que... Vuelva usted a Estrelsau repetí. Diga al embajador que ha descubierto una pista, pero que necesita una o dos semanas para seguirla con éxito. Y entretanto yo mismo me encargaré de investigar el asunto. El embajador se muestra muy apremiante, señor. Cálmelo usted.

¿Cómo se llama esta finca? ¿De quién es? repetí. Santa Clara.... Es de un tal Fernández.... murmuró el campesino, exclamando en seguida, sin dejar el jorongo: ¡Buena boyada! ¡Hartos pesos! Alzan aquí unas cosechas, amigo, unas cosechas... que... ¡vaya! Seguí entregado a la contemplación del paisaje.

Cuando el velo que oscurecía mis párpados comenzó a despejarse y pude observar distintamente las facciones de Adela, noté que ella se extrañaba de mi proposición y, a decir verdad, yo también me extrañé de mi proposición, pero se la repetí, sin duda, con voz más segura.

Pero en cuanto me faltes al respeto... Y harás bien asintió mamá. ¡Yo no quiero que me toque! repetí enfurruñado y rojo. ¡El no es papá! Pero a falta de tu pobre padre, es tu tío. ¡En fin, déjenme tranquila! concluyó apartándonos. Solos en el patio, María y yo nos miramos con altivo fuego en los ojos. ¡Nadie me va a pegar a ! asenté. ¡No... ni a tampoco! apoyó ella, por la cuenta que le iba.

No me preguntes nada repetí avivando el paso . Lord Gray... Yo tuve más suerte que él en el duelo. Mañana dirán que el honor... pues... me pondrán por las nubes... ¡Infeliz de !... El desgraciado cayó bañado en sangre; acerqueme a él y me dijo: «¿Crees que he muerto? ¡Ilusión!... yo no muero... yo no puedo morir... yo soy inmortal...». ¿De modo que no ha muerto?

Si te parece que voy a sufrir, te equivocas me decía algún tiempo después en uno de esos momentos de breve vacilación en los cuales parecía complacerse en dar a sus palabras una expresión de hostilidad malvada. Si un día llega a amarme, más tarde o más temprano, esto de ahora no es nada. Si no... ¿Si no?... repetí yo.

Me quejo al Criador de mis grandes sufrimientos y de su impasibilidad y de la tristísima suerte que me espera, sin hijos, sin amigos, sin médico, sin sacerdotes, sin nadie. Mi profecía de hace doce años acerca de mi triste fin se cumple. Hace ocho días repetí mis vaticinios en la poesía Lágrimas que he compuesto. », querido Antonio, apenas me has conocido. ¿Por qué no contarte algo de mi vida?