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Gracias, Antonio, y de salud te sirva respondió la tabernera, que había oído el brindis. Vive mil años, chiquita, que si cierras los ojos se queda Cádiz á oscuras. ¡El equinocio, hija! exclamó María-Manuela sin poder reprimir un movimiento de celos. Soleá, no cierres los ojos para que este borracho pueda llegar á casa. ¿Tienes celos, María? preguntó la tabernera.

Apesar del dinero que había logrado juntar, no pretendía salirse de su esfera; siempre se manifestó respetuoso con los superiores. ¿Verdad, Saleta, que no era como esos piojos resucitados, que así que les suenan algunas monedas en el bolsillo olvidan las judías y el centeno, como si en su vida los hubiesen probado?... Valero, siéntese usted, y diga pronto si es vuelta eso que tiene... ¿Vienes a establecerte aquí, chiquita, o te vuelves a ver a los franchutes?

¡Ya quisiera yo parecerme a ella!... Era alta y yo soy chiquita. ¿Qué importa eso?... Te pareces y mucho... Y es natural, después de todo, porque se parece a tu padre y eres Elorza de los pies a la cabeza. ¡Qué grandes armarios de libros tiene don Mariano!... Hay aquí para entretenerse un rato... Pues María se ha leído la mayor parte. ¿Y ?

No llores, chiquita dijo el anciano médico apretándole la cabeza contra su pecho ; no hay motivo aun para alarmarse... Yo haré lo que pueda y más de lo que pueda para salvarla. ¡, , don Máximo..., hágalo usted por cuanto más ame en este mundo!..., ¡por la memoria de su esposa, a quien usted quería tanto!

La viuda anunció al cabo en voz alta que se iba. ¿Adonde va usted, Pepa, en este momento? le preguntó el banquero. A casa de Lhardy a encargar unas mortadelas. La acompaño a usted. Vamos; le convidaré a tomar unos pastelitos. Al duque le hizo mucha gracia el convite. ¿Vienes, chiquita? le dijo a su hija. Clementina aún pensaba quedarse un rato.

Su hija le envolvía, mientras hablaba, en una mirada de admiración y cariño que él no parecía observar. Sin embargo, la trataba con mimo: no la llamaba más que «chiquita», y la atendía en la mesa como a una dama festejada. De la prima Etelvina hacía poco o ningún caso.

Había, particularmente, uno moreno, gracioso, de nariz levemente aguileña, boca chiquita y fresca, ojos no muy grandes tampoco, pero negros y vivos, frente estrecha y adornada con rizos de pelo negro, que consiguió llamarle la atención. ¡Vaya una chica salada! pensó, devorándola al mismo tiempo con los ojos.

Hola, chiquita dijo avanzando hasta Clementina y tomándole la barba como se hace con los niños . ¿Estás aquí? No he visto tu coche abajo. He salido a pie, papá. Es un milagro. Si quieres, puedes llevarte el mío. No; tengo deseos de caminar. Estoy estos días muy pesada. El duque de Requena había prescindido de todos los presentes y hablaba a su hija con toda la afabilidad de que era susceptible.

Otros síntomas percibió que le acaloraron la fantasía, dándole no poco en qué cavilar. Nucha mostraba vehemente exaltación del cariño maternal de algún tiempo a esta parte. Apenas se separaba de la chiquita cuando, desasosegada e inquieta, salía a buscarla a ver qué le sucedía.

Aquel día mi chiquita no salió al balcón, sin duda avergonzada de su condescendencia; pero al siguiente la hallé dispuesta y aparejada al combate de miradas, señas y sonrisas, que ya no escasearon por ambas partes.