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Actualizado: 2 de julio de 2025
¿Te sientes mal, de veras? replicó la niña abriendo mucho sus ojos azules sin conseguir que pareciesen inocentes. Un poco. ¿Quieres que avise? No; si lo que me hace daño son tus ojos. ¡Ah, vamos! exclamó ella riendo como si cayese entonces en la cuenta. ¡Entonces los cerraré! ¡Oh, no; no los cierres, por Dios! Si los cerrases, me pondría mucho peor. Entonces me iré dijo levantándose de la silla.
Sonaba el fuerte herraje de los cierres, y la bestia se veía sumida en la obscuridad y el silencio, prisionera en un pequeño espacio donde sólo le era posible acostarse sobre sus patas.
Tu cabeza está bañada por un vapor azul... Cuando la mueves parece que oscila la bóveda que nos cubre; cuando hablas, tu voz parece que sale de lo profundo del mar... ¡No cierres los ojos, por Dios, que me haces sufrir!... Se me figura que estás muerto y que me has dejado aquí sola. ¿No ves los míos qué abiertos están? Nunca tuve menos deseos de dormir que ahora.
Yo no he estado allí nunca, pero sé que es un caserón con un huerto: los labriegos que lo tienen arrendado no pagan hace mucho tiempo. Quizá por eso no se quedó mi tutor con la finca. Los títulos de la Deuda y el dinero de los ahorros los coges en cuanto me cierres los ojos, y ahora manda venir a un escribano. Quiero que la casa sea legalmente tuya para que nadie pueda molestarte.
Si quieres que nazcan al paso de tu alma las rosas celestes, acoge el dolor del ocaso y zurce las míseras vestes. Bien sabes que es noble y es santo alzar al que cae en la vía. No dudes ni niegues. El llanto secado es raudal de alegría. Si pones tu mano en la mano del pobre, Dios besa la tuya. No cierres tu puerta, ¡oh mi hermano! no sea que de ella Dios huya.
Se entretuvo mangoneando en la habitación un rato y salió á esconderse detrás de la cortina, que cubría la entrada de la pieza inmediata. Que cierres la puerta, Gregoria gritó don Bernardino. Bueno, hombre. ¡Jesús! qué misterios gastamos.
Clementina había echado los cierres de las ventanillas para no ser vista de algún conocido; pero en cuanto salieron de la Puerta de Alcalá pidió Raimundo que los bajase; por cierto con tan poca oportunidad, que en aquel momento cruzó a su lado una carretela abierta donde iban Pepe Castro y Esperancita Calderón, recién casados.
Gracias, Antonio, y de salud te sirva respondió la tabernera, que había oído el brindis. Vive mil años, chiquita, que si tú cierras los ojos se queda Cádiz á oscuras. ¡El equinocio, hija! exclamó María-Manuela sin poder reprimir un movimiento de celos. Soleá, no cierres los ojos para que este borracho pueda llegar á casa. ¿Tienes celos, María? preguntó la tabernera.
Hélas ya alli sobre la cumbre de tus montes: ¡ay del dia en que cierres al sueño tus cansados ojos! ¿Oyes? tus templos se estremecen; en tus alcázares no resuenan mas que hondos gemidos. Voces misteriosas conmueven de noche el aire que respiras; gritos de desolacion turban de contínuo la paz de tus hogares. ¿Qué remedio has de hallar para conjurar la tempestad que te amenaza?
Ten siempre dispuesta tu casa y esté a todo huésped abierta, que acaso la sombra que pasa es sombra de tu madre muerta. No cierres tu puerta. ¿No sabes que cruzan el largo camino mil sombras, mil vidas, mil aves que apenas si saben cuál es su destino?
Palabra del Dia
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