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Con certero instinto y con tan ligeros y sordos pasos, que no levantaban rumor, como si los que marchaban fuesen sombras, llegaron al extremo del palacio, donde estaba la estancia en que Urbási se guarecía. Cerrada la firme puerta, resistía aún a los reiterados y furibundos golpes que sacudían en ella los cuatro eunucos, ansiosos de derribarla.

Este fenómeno desapareció con el restallido del fósforo y la instantánea presencia de la luz alumbrando la estancia. Los ojos del joven se esparcieron ansiosos por ella, y viendo a su mujer acostada, dijo: «¡Ah!... estás ahí... ¡qué bien haces el papel!». Para evitar cuestiones tan a deshora, la esposa fingió que dormía. Pero entreabriendo los ojos le vio encender la vela.

Algunos aparecían con grandes chambergos, poncho en los hombros y espuelas, que hacían resonar belicosamente. Eran comisionistas ansiosos de color local, que declaraban ir vestidos de gauchos de las Pampas o de rotos chilenos. ¡Ah, gaucho lindo! ¡Tigre! exclamaban con burlón entusiasmo los muchachos sudamericanos . ¡Ah, rotito!... ¡Huaso gracioso!...

Los jóvenes ansiosos de que alguien se fijase en ellos se preguntaban si habría baile en la tertulia de Momaren. La entrada del poeta nacional sembró la consternación entre las señoritas masculinas aspirantes al matrimonio. ¿Cómo vamos á bailar si ha llegado Golbasto, el más acaparador de los poetas?... Toda la reunión será para él.

El primer rompecabezas en que se estrellaron los primeros caviladores ansiosos de saber misterios interrogando a la Esfinge, fue, sin duda, el fenómeno siempre imponente y universal de la muerte.

Creyó asistir á una fiesta de marineros hambrientos, ansiosos de resarcirse de un golpe de todas las privaciones anteriores. Y sentía los mismos deseos de huir que su padre. De este viaje volvió Marcelo Desnoyers con una melancólica resignación. Aquellas gentes habían progresado mucho. El no era un patriota ciego, y reconocía lo evidente.

Ansiosos de combatir se sentían todos, y particularmente los ya libres forzados, a quienes aguijoneaba el rencor e impulsaba el deseo de curar con la sangre de los corsarios las llagas y los verdugones que la penca del cómitre había hecho en sus espaldas desnudas. Atacados los corsarios por todas partes, no pudieron resistir.

Y con sus títulos de Abogado y doctor en Filosofía y Letras, dejó la nación hispana, en 1873, y se fue a visitar a París, Londres y otras importantes ciudades de Europa, siguiendo luego viaje a México, en donde le esperaban, ansiosos de abrazarlos, sus padres y hermanas.

Y luego, agachándose a mis pies, me contó en un flujo de palabras roncas su aflicción: mientras yo dormía se esparció por la ciudad el rumor de que un extranjero, el «Diablo extranjero» había llegado con bagajes cargados de tesoros... Ya, desde el comienzo de la noche, él había entrevisto rostros ansiosos, de ojos voraces, rondando la barraca, como chacales impacientes... Y ordenó a los koolíes que atrincherasen la puerta con los carros de los bagajes, formados en semicírculo a la manera tártara.

Zarapicos fue durante algún tiempo lazarillo de un ciego; Gonzalete sirvió a una mujer que, al pedir en la puerta de la iglesia, le presentaba como hijo. Uno y otro se cansaron de aquella vida mercenaria y poco independiente, y ansiosos de libertad se lanzaron a trabajar por su cuenta. Entonces se conocieron, y entablaron cariñosa amistad.