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El impresor Folgueras se había batido también con un cuñado de Marín, por haber negado el saludo uno de ellos al otro. Afortunadamente, en ninguno de los dos encuentros había habido más que planazos y verdugones. El desafío más notable fué el de don Rudesindo con don Pedro Miranda, que después de vacilar algún tiempo se había decidido por los del Camarote.

Ansiosos de combatir se sentían todos, y particularmente los ya libres forzados, a quienes aguijoneaba el rencor e impulsaba el deseo de curar con la sangre de los corsarios las llagas y los verdugones que la penca del cómitre había hecho en sus espaldas desnudas. Atacados los corsarios por todas partes, no pudieron resistir.

Cinco verdugones rojos en la mejilla de Sabel contaban bien a las claras cómo había sido derribada la intrépida bailadora. ¡La cena he dicho! repitió brutalmente don Pedro. Sin contestar, pero no sin gemir, dirigióse la muchacha hacia el rincón donde hipaba el niño, y le tomó en brazos, apretándole mucho. El angelote seguía llorando a moco y baba.

331 Era la casa del baile un rancho de mala muerte, y se enllenó de tal suerte que andábamos a empujones: nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte. 332 Yo tenía unas medias botas con tamaños verdugones; me pusieron los talones con crestas como gallos: ¡si viera mis afliciones pensando yo que eran callos!