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Dejé la compañía, y considerando en quién conocería a mi tío -fuera del rollo- mejor en el pueblo, no hallé nadie de quien echar mano. Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso Ramplón y nadie me daba razón de él, diciendo que no le conocían. Holgué mucho de ver tantos hombres de bien en mi pueblo, cuando, estando en esto, al precursor de la penca hacer de garganta y a mi tío de las suyas.

Colgó la penca en un clavo que estaba con otros, de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me quitaba el manteo y me sentaba; yo le respondí que no lo tenía de costumbre. ¡Dios sabe cuál estaba de ver la infamia de mi tío!

Ansiosos de combatir se sentían todos, y particularmente los ya libres forzados, a quienes aguijoneaba el rencor e impulsaba el deseo de curar con la sangre de los corsarios las llagas y los verdugones que la penca del cómitre había hecho en sus espaldas desnudas. Atacados los corsarios por todas partes, no pudieron resistir.

Diariamente salían por las calles de la ciudad comerciantes montados en burros, recibiendo los golpes de la penca, y panaderos, hortelanos, pescaderos, carniceros, etc., etc., veíanse á cada momento sorprendidos por la visita del conde en persona, que era implacable en sus resoluciones.

Saltó el de las ánimas, y dijo: -Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque aguijase el burro, y porque no llevase la penca de tres suelas cuando me palmearon. ¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Juanazo en Murcia, porque iba el borrico con un paseo de pato y el bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ronchas.

Sustentaba el señor baron que le habian hecho mas injusticia que á ; y yo defendia que mucho mas permitido era volver á poner un ramillete al pecho de una moza, que hallarse en cueros con un icoglan: disputábamos continuamente, y nos sacudian cien latigazos al dia con la penca, quando te conduxo á nuestra galera la cadena de los sucesos de este universo, y nos rescataste. ¿Y pues, amado Panglós, le dixo Candido, quando se vió vm. ahorcado, disecado, molido á palos, y remando en galeras, pensaba que todo iba perfectamente?

Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso Ramplón, y nadie me daba razón de él, diciendo que no le conocían. Holgué mucho de ver tantos hombres de bien en mi pueblo, cuando, estando en esto, al precursor de la penca hacer de garganta, y a mi tío de las suyas.

No siempre había de ser el verdugo el que azotase á los reos, y por eso en cierta ocasión fué el propio verdugo el que salió á la vergüenza pública montado en el borrico y sufriendo sobre sus espaldas los golpes de la penca.

Colgó la penca en un clavo, que estaba con otros de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me quitaba el manteo y me sentaba; yo le dije que no lo tenía de costumbre.

Y el porquero, concomiéndose, dijo: -Con virgo están mis espaldas. -A cada puerco le viene su San Martín -dijo el demandador. -De eso me puedo alabar yo -dijo mi buen tío- entre cuantos manejan la zurriaga, que al que se me encomienda hago lo que debo. Sesenta me dieron los de hoy y llevaron unos azotes de amigo, con penca sencilla.