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Actualizado: 4 de junio de 2025


A veces, una carreta pasa rápidamente, al trote de un poney mogol, con altas ruedas claveteadas de clavos dorados; todo en ella oscila: el toldo, las cortinas de seda, los penachos de plumas de los ángulos; y dentro se entrevé alguna hermosa dama china, cubierta de brocado claro, la cabeza toda llena de flores, haciendo girar en las muñecas dos aros de plata con un aire de tedio ceremonioso: Después alguna aristocrática litera de mandarín, que koolíes vestidos de azul, con la coleta suelta, llevan al trote, encorvados, hacia los Yamens del Estado; precédeles un criado que levanta en el aire rollos de seda con inscripciones bordadas, insignias de autoridad; y dentro el personaje gordinflón de enormes lentes redondos, ojea sus papeles o dormita con el labio caído.

Y, afanándome por esconder una lágrima, salí murmurando furiosamente: ¡Canalla de Ti-Chin-Fú! ¡Por tu causa! ¡Viejo malandrín! Al día siguiente salí para Tien-Hó, acompañado de Sa-Tó, el respetuoso intérprete, una larga fila de carretas, dos cosacos y todo un pueblo de koolíes.

Entonces, satisfecho, el príncipe Tong permitió que se hiciese la requisitoria imperial: centenares de escribientes palidecieron noche y día, con el pincel en la mano, dibujando consultas sobre papel de arroz; misteriosas conferencias susurraron insensatamente por todos los distritos de la Ciudad Imperial desde el Tribunal Astronómico hasta el Palacio de la Bondad Preferida; y un ejército de koolíes transportaba desde la legación de Rusia hasta los Kioscos de la Ciudad Interdicta, y de aquí al Patio de los Archivos, parihuelas que crugían bajo el peso de los legajos de viejos documentos.

Y luego, agachándose a mis pies, me contó en un flujo de palabras roncas su aflicción: mientras yo dormía se esparció por la ciudad el rumor de que un extranjero, el «Diablo extranjero» había llegado con bagajes cargados de tesoros... Ya, desde el comienzo de la noche, él había entrevisto rostros ansiosos, de ojos voraces, rondando la barraca, como chacales impacientes... Y ordenó a los koolíes que atrincherasen la puerta con los carros de los bagajes, formados en semicírculo a la manera tártara.

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