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Actualizado: 13 de junio de 2025


Otros, más valientes, ansiosos de rápida fortuna, hacían el contrabando por la frontera francesa que empezaba á desarrollar su litoral al otro lado del promontorio.

Tras larga rebusca las encontró. Faltaban candeleros; pero el empleado, hombre de recursos, trajo un par de botellas vacías, e introduciendo en su cuello las velas, las encendió, colocándolas junto a las otras luces. Carmen se había arrodillado, y los dos hombres aprovecharon su inmovilidad para correr a la plaza, ansiosos de presenciar los primeros lances de la corrida.

Durante unos segundos, hombre y fiera no formaron mas que una sola masa, y así se movieron algunos pasos. Los más inteligentes agitaban ya sus manos, ansiosos de aplaudir. Se había arrojado a matar como en sus mejores tiempos. ¡Una estocada de verdad! Pero de pronto, el hombre salió de entre los cuernos despedido como un proyectil por un cabezazo demoledor, y rodó por la arena.

A la hora de marcha, se oye la campana del práctico, la máquina se detiene y los contramaestres a proa comienzan a sondar. El Antioquía necesita para pasar cinco pies y medio por lo menos. Nos precipitamos todos ansiosos a proa y tendemos ávidamente el oído a los gritos de los sondeadores: «¡No hay fondo!» ¡Nueve pies! ¡Ocho escasos! ¡Seis largos!

Cuando se trocaban los papeles, cuando ella era la perseguidora y a me correspondía el ser cogido, se duplicaban las inocentes y puras delicias de aquel juego sublime, y el paraje más obscuro y feo, donde yo, encogido y palpitante, esperaba la impresión de sus brazos ansiosos de estrecharme, era para un verdadero paraíso.

En los pueblos no se reciben telegramas sino para anunciar una desgracia; se conmociona toda la familia; el que lo abre calla y se pone un poco pálido; sus manos tiemblan; todos miran ansiosos... Yo he sentido un tilde de esta ansia cuando he visto, en esta mañana gris, cansado, soñoliento, un telegrama. ¿Qué voy a leer en él? ¿Qué nueva vía desconocida va a abrir en mi vida?

Los que dormían se revolvieron en sus toscos lechos para soñar en la juventud, en el amor y en la vida. Campesinos de tosca cara y ansiosos buscadores de oro, ya en el trabajo, cesaron en sus faenas y se apoyaron en sus picos para escuchar a este romántico aventurero que, destacando a la luz de la rosada aurora, cabalgaba al paso castellano.

Di un salto en el asiento y me apresuré a abrir la ventanilla, clavando mis ojos ansiosos en la oscuridad de la llanura.

No habian trascurrido dos minutos, cuando se dejó ver una criada que nos dijo en buen español: Si ustedes quieren ver la habitacion que está vacante, pueden hacerlo; y en el caso de acomodarles, dispongan de ella, sin perjuicio de que luego se concierten con el ama. Esta proposicion nos agradó en extremo, ansiosos como estábamos de descansar, y la criada nos pareció una mujer de mucho talento.

Los dos Dandolo corrían mañana y noche a la ciudad en busca de médicos que no sabían qué decir y de medicamentos que no hacían nada. Los vecinos de los alrededores estaban ansiosos; las noticias de Germana se cotizaban a todas horas en los pequeños castillos de la vecindad. De todos lados afluían los remedios caseros, las panaceas secretas que se transmiten de padres a hijos.

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